Una historia alternativa (1)
Una vez, por esa magia anacrónica que posee el tiempo,
se reunieron el rey Arturo, Sancho Panza y Alicia en el país de las maravillas,
situado en un rincón de la vieja Iberia para intentar arreglar la difícil
situación por la que pasaba. Se sentaron a la mesa y todo parecía que iba a
desarrollarse pronto y bien, cuando, tomando la palabra Sancho Panza, pidió de
comer.
--Con el estómago lleno se ven mejor las
soluciones—añadió mientras se colocaba un pañuelo sobre el pecho a modo de babero.
--Yo prefiero mirarme antes en el espejo y atusarme
para encontrarme a gusto conmigo mismo—dijo Alicia.
--Pues yo afirmo—intervino el rey Arturo--, que sin mi
espada Excalibur me encuentro como desnudo.
Los lacayos que acompañaban a sus respectivos señores,
que, como de costumbre, eran más de la cuenta y no cabían en aquel gran salón
preparado al efecto, empezaron a pelearse por servirlos. Los de Sancho Panza
trajeron varias docenas de platos para que su señor eligiera los de su
conveniencia, y en su ir y venir chocaban con los servidores del rey Arturo, que
en aquel momento se abrían paso para transportar la colosal espada que tanta
fama le diera en el pasado, y con los lacayos de Alicia, que porfiaban con unos
y otros para que se hicieran a un lado y permitieran el ingreso en el salón de
su majestuoso y enorme espejo donde podía reflejarse de cuerpo entero. Y de tal
modo se estorbaron unos a otros y todos entre sí, que de los platos que
esperaba ansioso Sancho Panza no llegó ninguno sano a la mesa, y el suelo quedó
plagado de perdices, conejos, lechones… que se ahogaban en un océano de salsas y
una selva de verduras, mientras que la espada del rey Arturo, tras herir
rostros, manos y piernas en su azarosa batalla por llegar a la silla del
Monarca, acabó mellándose por varios sitios de la hoja y perdiendo algunas
gemas que adornaban el mango, y el lujoso espejo de Alicia, perdió el marco
dorado en el camino y el cristal azogado terminó hecho añicos en el suelo.
Pasados los primeros momentos de estupor, con rostros
visiblemente enfadados, los tres protagonistas se levantaron de sus respectivas
sillas y, acompañados por un grupo reducido de fieles servidores, desaparecieron del salón, echando pestes de aquel encuentro tan mal planificado.
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