ALFONSO III, el
Magno
Es, podemos decirlo bien alto, el rey de Zamora, pues
no sólo nació en nuestra ciudad, sino que, gobernando Asturias, consolidó el
río Duero como el límite sur del reino en torno a las capitales de Toro y
Zamora. Y cuando el rebelde omeya Ibn al-Quitt predicó la guerra santa y atacó Zamora,
que había sido reconstruida y repoblada por mozárabes toledanos, hizo que su
ejército la salvara y hasta el rebelde moro murió en la batalla que se conoce
desde entonces como el Día de Zamora. Al final de sus días su hijo García se
sublevó contra él, peregrinó a Santiago, realizó una expedición militar
autorizada por García por tierras de Mérida y murió a medianoche en Zamora de
regreso de la expedición.
Luis Cortés Vázquez dijo en su mencionada obra:
“Así llegamos a nuestro señor el rey don
Alfonso III, justa y hermosamente motejado el Magno, título que, al menos los
zamoranos, no le hemos de regatear y discutir, pues es tan afortunado monarca
quien no sólo conquista y repuebla Zamora, sino quien obtendrá una brillantísima
victoria sobre los bereberes, que ha dejado su recuerdo hasta hoy. Ella hizo
del nombre de Zamora el más execrado por los mahometanos, quienes perpetuaron
tan dolorosa derrota en sus crónicas e historias con la denominación de Día de
Zamora; Jornada del foso de Zamora, dicen de preferencia las cristianas.
“Gloriosa fue en cambio para los
cristianos tal refriega, cuya jornada final y victoria aconteció un 12 de julio
del año 901, cuando corría en tierra de moros el 288 de la Héjira.
“Enrojeció sus aguas el Duero con la
mucha sangre que se derramó en los combates, pues hemos de asentar que
precisamente los más enconados, tuvieron al puente como escenario principal.”
ÁLVAREZ, Ramón
Es el imaginero zamorano por excelencia y a él le
debemos un buen número de pasos excelentes de nuestra Semana Santa. Nacido en
Coreses, muy pronto se trasladó a la capital, viviendo en una casa de la cuesta
de Balborraz, junto a la Plaza Mayor, donde la ciudad, en agradecimiento a su
obra, le levantó un monumento.
Mi padre conocía a la perfección los pasos que de
Ramón Álvarez esculpió para desfilar por las calles de Zamora durante la Semana
Santa; de hecho, fue él quien, mientras veíamos determinadas procesiones, me
iba diciendo cuáles eran y en qué detalles debía fijarme para valorar la
magnífica ejecución de las imágenes, hechas con materiales ligeros y de poco
coste como escayola, arpillera, tela encolada y madera. Entre ellas destacaban
la Verónica, la Soledad, la Virgen de los Clavos, Nuestra Madre de las
Angustias, el Longinos, el Jesús de la oración en el huerto de los olivos, la Crucifixión, el Jesús Resucitado… Recuerdo
que mi padre tenía hasta su paso favorito de entre los salidos de las manos
prodigiosas de Ramón Álvarez, y no era otro que La Caída, inspirado en el
cuadro El pasmo de Sicilia, de Rafael, y que mi padre reprodujo al carboncillo
en un dibujo que estuvo colgado en mi casa natal durante mucho tiempo.
“Ahora entiendo por qué mi padre sentía
verdadera devoción por este paso. Jesús, caído bajo el peso de la cruz, refugia
sus fatigados ojos en la figura desconsolada de su Madre, que inútilmente le
abre sus brazos. Mientras que San Juan, el discípulo amado, intenta también en
vano consolar a la Virgen. Y Simón Cirineo pretende con su auxilio aligerar la
carga del pesado madero. Por otro lado están las personas ajenas al dolor: el
sayón que sujeta la cuerda atada al cuello del Nazareno; el otro sayón que
oprime con el pie la espalda de Jesús aprestándose a azotarle con el látigo; y,
sobre todo, ese niño que contempla la escena sonriendo mientras lleva en una
mano la cesta de los clavos y en la otra el mazo que empujará el hierro carne
adentro hasta clavarla en la indigna madera.
“Hay mucho más que arte en estas figuras
de La Caída que el zamorano Ramón Álvarez cinceló para recorrer las calles de
Zamora durante la mañana del Viernes Santo. Más que arte inspirado en Rafael,
respira en esta composición escultórica la vida misma: el sufrimiento de los
elegidos, la compasión de los que sienten el dolor de los demás y la crueldad
de los que no tienen corazón.”
ARIAS GONZALO
Es el alcaide de Zamora en el momento en que el rey
don Sancho sitia la ciudad, gobernada por su hermana la reina doña Urraca. Es
tildado de traidor, junto con el resto de los zamoranos, y retado en duelo por
el orgulloso castellano Diego Ordóñez tras saber que su rey don Sancho ha sido
asesinado por un ciudadano gallego llamado Bellido Dolfos que vivía entonces en
Zamora. Como doña Urraca no le permite responder personalmente al reto, el
noble alcalde responde al desafío mandando al Campo de la Verdad a sus propios
hijos, que uno tras otro van perdiendo la vida, hasta que Pedrarias, el tercero
de ellos, antes de morir logra herir al caballo de Ordóñez, que en su dolor
arrastra al jinete fuera de los límites del Campo, con lo que se da a los
zamoranos como debidamente honrados y vencedores del desafío.
El Romancero dijo:
“Tristes van los zamoranos metidos en gran quebranto;
El Romancero dijo:
“Tristes van los zamoranos metidos en gran quebranto;
retados son de traidores, de
alevosos son llamados;
más quieren todos ser muertos que
no traidores nombrados.
Día era de san Millán, ese día
señalado,
todos duermen en Zamora, mas no
duerme Arias Gonzalo;
aún no es bien amanecido que el
cielo estaba estrellado,
castigando está a sus hijos, a
todos cuatro está armando,
las palabras que les dice son de
mancilla y quebranto:
—Yo he de lidiar el primero con
don Diego el castellano:
si con mentira nos reta, vencerle
he y haceros salvos;
pero si cualquier traidor hay entre los
zamoranos,
y él nos reta con verdad, muerto
quedaré en el campo.
Morir quiero y no ver muerte de
hijos que tanto amo.
Las armas pide el buen viejo, sus
hijos le están armando,
las grebas le están poniendo; doña
Urraca que allí ha entrado,
llorando de los sus ojos y el
cabello destrenzado:
—¿Para qué tomas las armas?
¿Dónde vas, mi viejo amo:
pues sabéis, si vos morís,
perdido es todo mi estado?
¡Acordaos que prometistes a mi
padre don Fernando
de nunca desampararme ni dejar de
vuestra mano!
Caballeros de la infanta a don
Arias van rogando
que les deje la batalla, que la
tomarán de grado;
mas él sólo da sus armas a su
hijo don Fernando:
—¡Dios vaya contigo, hijo, la mi
bendición te mando;
ve a salvar los de Zamora; como
Cristo a los humanos!”
ARRIBES, Los
El Duero, señor de Zamora, de la tierra del vino y del
pan, poco antes de dejar atrás la provincia, a la vista ya de Portugal, entra
en unos parajes descomunales y hermosos que lo encajonan en su marcha, formando
lo que se llaman los Arribes del Duero, Parque Natural protegido, formado por
barrancos, peñascos y bosques de flora diversa, en la que destacan los enebros,
donde nuestro río se convierte en navegable a la vista de buitres leonados y
cigüeñas negras, que lo sobrevuelan majestuosamente, y ante la presencia
privilegiada de pueblecitos encantadores como Almendra, Fariza o Fermoselle, entre otros.
Viajes El País dijo:
"La envejecida y hospitalaria población pertenece a la cultura del sudor y la labranza, una tradición que se extiende de norte a sur del parque, y que se deja ver en la piel y los usos gastronómicos basados en la matanza, el pastoreo, la harina y la vid.
Gentes que se aferran a sus costumbres, la naturaleza, la ganadería y la agricultura, en un entorno descuidado, en lo que a comunicaciones por carretera se refiere, y que aprovechan sus escasos recursos al máximo. Una arquitectura popular basada en la piedra y unos cultivos que buscan desesperadamente el agua con pozos, cigüeños o cigüeñales y norias, o con bancales al filo de los acantilados. Un agua garantizada por la gran cantidad de embalses y presas de amamantan a las difrentes comarcas.
Por todo el parque natural de los Arribes del Duero, hay reminiscencias de las diferentes culturas que dejaron su huella en la zona: castros celtas, calzadas y estelas funerarias romanas y otros restos visigodos, musulmanes y cristianos del reino castellanoleonés, como ermitas e iglesias de los siglos X y XI.
Pero el impacto visual del visitante llega al borde de la garganta geológica de los Arribes, la parte que da nombre al parque. Un impresionante espacio natural de abruptos cañones y desfiladeros, por donde el río discurre formando un serpenteante y caprichoso cauce que puede alcanzar los 500 metros de desnivel. Estos enfilados barrancos bajan hasta el Duero, a cuyo paso crea una frontera natural con la vecina Portugal. "
Viajes El País dijo:
"La envejecida y hospitalaria población pertenece a la cultura del sudor y la labranza, una tradición que se extiende de norte a sur del parque, y que se deja ver en la piel y los usos gastronómicos basados en la matanza, el pastoreo, la harina y la vid.
Gentes que se aferran a sus costumbres, la naturaleza, la ganadería y la agricultura, en un entorno descuidado, en lo que a comunicaciones por carretera se refiere, y que aprovechan sus escasos recursos al máximo. Una arquitectura popular basada en la piedra y unos cultivos que buscan desesperadamente el agua con pozos, cigüeños o cigüeñales y norias, o con bancales al filo de los acantilados. Un agua garantizada por la gran cantidad de embalses y presas de amamantan a las difrentes comarcas.
Por todo el parque natural de los Arribes del Duero, hay reminiscencias de las diferentes culturas que dejaron su huella en la zona: castros celtas, calzadas y estelas funerarias romanas y otros restos visigodos, musulmanes y cristianos del reino castellanoleonés, como ermitas e iglesias de los siglos X y XI.
Pero el impacto visual del visitante llega al borde de la garganta geológica de los Arribes, la parte que da nombre al parque. Un impresionante espacio natural de abruptos cañones y desfiladeros, por donde el río discurre formando un serpenteante y caprichoso cauce que puede alcanzar los 500 metros de desnivel. Estos enfilados barrancos bajan hasta el Duero, a cuyo paso crea una frontera natural con la vecina Portugal. "
ATILANO, San
Es el santo por antonomasia de nuestra ciudad. Fue en
la antigüedad el primer obispo de Zamora, aquel obispo que, tras descubrir que
no era digno de pastorear a su grey zamorana, un amanecer abandonó la ciudad
por el puente que lleva su nombre, hoy en ruinas (sólo quedan volcados sobre la
corriente del río, a la altura de Olivares, dos o tres de sus cortamares), y en
medio de él, se despojó de su anillo episcopal y lo arrojó al Duero mientras
pronunciaba la frase que todos los zamoranos recordamos tan bien: “Cuando
volviere a ver este anillo y sólo entonces, pensaré que Dios se ha apiadado de
mí y perdonado mis faltas.” Y cuenta la leyenda o el milagro que, después de recorrer
el mundo haciendo bien a cuantos se encontraba en su camino, a escasa distancia
de la ciudad, donde hoy se levanta el cementerio que lleva su nombre (durante
mi infancia oía decir de una persona que acababa de morir que la llevaban a San
Atilano), decía que a escasa distancia de la ciudad Atilano, vestido de
mendigo, llegaba a una posada pidiendo alojamiento. La dueña, que en ese
momento entraba en la cocina con unos barbos del río, accedió a dárselo y,
mientras ella iba por agua al pozo, le pidió al vagabundo que fuera limpiando
los peces, que comerían más tarde. Así lo hizo Atilano y al abrir el vientre de
uno de los barbos, halló su anillo episcopal. Entendió que Dios deseaba que
volviera a ser obispo de Zamora y se lo puso en el dedo mientras todas las
campanas de la ciudad empezaron a darle la bienvenida y sus andrajos de mendigo
se cambiaron por las sagradas ropas de Obispo. ¡Cómo me gustaba que el maestro
nos repitiera una y mil veces aquel milagro o aquella leyenda de San Atilano!
Luis Cortés Vázquez dijo en su mencionada obra:
“Pero sigamos con Atilano que durante algunos años vivió de limosnas, hasta que una voz de lo alto así le ordenó en sueños: Atilano, vuelve a pastorear a tus ovejas, que tus preces han sido escuchadas.
“Fiel a este divino mandato volvió sus
pasos a Zamora, deteniéndose antes de penetrar en ella, para pasar la noche, en
una casa hospitalaria contigua a la capilla de San Vicente de Cornu, asentada
extramuros y dando vista a la ciudad cercana, no lejos del arrabal del santo
sepulcro, en el lugar que hoy ocupa el camposanto.
“Será aquí y ahora, como todos sabemos,
donde entra en escena propiamente el primer pez de la historia zamorana,
pródiga en ellos, el famosísimo barbo tragasortijas…”
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