Cada
vez que entro aquí,
me
viene al encuentro todo el tiempo.
el
Tiempo acumulado de cien tiempos.
Y
a pesar de que hayan pasado
los
tiempos de las hadas
y
sean otros gatos estos gatos,
este
desván me trae afectos,
recuerdos
y vivencias…
Aquí
sigue la cuna carcomida
que
meció a mi madre y sofocó
sus
llantinas nocturnas,
y
sobre ella, la peluca de mi abuelo
--¡qué
guiño del azar!—
que
parece de tan vieja haber vuelto
a
su infancia, y colgado
de
la pared su oxidado espadín.
Paseo
por el Tiempo
de
la mano de los afectos
y
la memoria,
y
sale de repente a mi paso la tenaza
de
la chimenea, manca de un brazo,
y
me habla de las tardes
largas
y frías del invierno
transcurridas
al amor de la lumbre
mientras
se desgranaba
el
cuento del gato con botas
de
labios de mi madre…
Y
un poco más allá,
sobre
un tablón caído asoma el loro
sin
plumas, disecado de la abuela,
vuelto
ceniza gris
su
color verde irisáceo,
y
un ojo de cristal, un solo ojo,
imitando
a un pirata de los aires…
Más
grave me parece ver de nuevo
el
gran perro de aguas de porcelana,
o
japonesa o china,
al
que le falta una pata trasera.
Recuerdo
con nostalgia
la
zalamera devoción
que
por él la gata de la casa sentía,
tal
vez considerándolo
una
deidad trascendental…
Cada
vez que entro aquí,
en
este recinto sagrado,
vuelvo
a mi infancia,
a
aquella candidez
donde
cualquier cosa pequeña
lograba
dimensiones de milagro,
de
magia que hacía eternos los segundos…
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