ATILANO, San
Es el santo por antonomasia de nuestra ciudad. Fue en
la antigüedad el primer obispo de Zamora, aquel obispo que, tras descubrir que
no era digno de pastorear a su grey zamorana, un amanecer abandonó la ciudad
por el puente que lleva su nombre, hoy en ruinas (sólo quedan volcados sobre la
corriente del río, a la altura de Olivares, dos o tres de sus cortamares), y el santo en
medio del puente, se despojó de su anillo episcopal y lo arrojó al Duero mientras
pronunciaba la frase que todos los zamoranos recordamos tan bien: “Cuando
volviere a ver este anillo y sólo entonces, pensaré que Dios se ha apiadado de
mí y perdonado mis faltas.” Y cuenta la leyenda o el milagro que, después de recorrer
el mundo haciendo bien a cuantos se encontraba en su camino, a escasa distancia
de la ciudad, donde hoy se levanta el cementerio que lleva su nombre (durante
mi infancia oía decir de una persona que acababa de morir que la llevaban a San
Atilano), decía que a escasa distancia de la ciudad Atilano, vestido de
mendigo, llegaba a una posada pidiendo alojamiento. La dueña, que en ese
momento entraba en la cocina con unos barbos del río, accedió a dárselo y,
mientras ella iba por agua al pozo, le pidió al vagabundo que fuera limpiando
los peces, que comerían más tarde. Así lo hizo Atilano y al abrir el vientre de
uno de los barbos, halló su anillo episcopal. Entendió que Dios deseaba que
volviera a ser obispo de Zamora y se lo puso en el dedo mientras todas las
campanas de la ciudad empezaron a darle la bienvenida y sus andrajos de mendigo
se cambiaron por las sagradas ropas de Obispo. ¡Cómo me gustaba que el maestro
nos repitiera una y mil veces aquel milagro o aquella leyenda de San Atilano!
Luis Cortés Vázquez dijo en su mencionada obra:
“Pero sigamos con Atilano que durante
algunos años vivió de limosnas, hasta que una voz de lo alto así le ordenó en
sueños: Atilano, vuelve a pastorear a tus
ovejas, que tus preces han sido escuchadas.
“Fiel a este divino mandato volvió sus
pasos a Zamora, deteniéndose antes de penetrar en ella, para pasar la noche, en
una casa hospitalaria contigua a la capilla de San Vicente de Cornu, asentada
extramuros y dando vista a la ciudad cercana, no lejos del arrabal del santo
sepulcro, en el lugar que hoy ocupa el camposanto.
“Será aquí y ahora, como todos sabemos,
donde entra en escena propiamente el primer pez de la historia zamorana,
pródiga en ellos, el famosísimo barbo tragasortijas…”
B
BALBORRAZ, Calle de
Para nosotros, Cuesta de Balborraz, nace en la Plaza Mayor, junto al
Ayuntamiento Viejo, y muere en los Barrios Bajos al pie del Duero. Lleva el
nombre de la Puerta
de la Cabeza
(en árabe, Bab al-Ras) puerta de la muralla que aquí se levantaba antiguamente,
y donde al parecer se colgó la cabeza del caudillo bereber Ahmed ben Muawiya tras
perder la vida en la batalla del Día de Zamora del siglo X, gloriosa victoria
para los cristianos súbditos de Alfonso III. Es esta calle empinada buen
escenario para algunas de las procesiones de nuestra Semana Santa, entre ellas, el Yacente, la de la Virgen de la Esperanza o
la de Jesús Resucitado, que el Domingo de Gloria sube por ella para encontrarse
con su Madre en la Plaza Mayor
entre estampidos de cohetes y repiques de campanas, que de ese modo celebran la
resurrección del Señor. La imagen de Jesús, como muchas otras de nuestra Semana
Santa, es obra del imaginero zamorano Ramón Álvarez, al que, por cierto, se le
dedicó una lápida en una casa de la cuesta conmemorando el centenario de su
nacimiento. Recuerdo con lágrimas en los ojos que por aquí acompañaba a mi
padre en su labor de cobrador de seguros.
El mencionado Luis Cortés dejó escrito en su también aludida obra:
“Enrojeció sus aguas el Duero con la mucha sangre que se derramó en los
combates, pues hemos de asentar que precisamente los más enconados tuvieron al
puente como escenario principal. Lidióse igualmente con toda aspereza por los
que es hoy barrio de Santiago, y hacia la parte de Valorio. Había sido dirigida
esta aceifa bereber por el caudillo Ahmed ben Muawiya, pretendido Mahdí o
Profeta que, subiendo victorioso hasta Zamora con nutrida horda de fanatizados
correligionarios, acabó con su cabeza clavada sobre una de las puertas de la
ciudad. Seguramente entonces, aunque después cambiara de emplazamiento, nació la
denominación de la castiza y pina calle de Balborraz, pues no otra cosa quiere
decir en lengua árabe…”
BARANDALES, El
Es una figura ligada a la Semana Santa. Sin ese hombre
que voltea sus campanas atadas a las muñecas al frente de las procesiones. Muchas
de ellas perderían su personalidad. Ha habido a lo largo de la historia de
nuestra Semana Mayor muchos Barandales, unos más mayores, como aquel España del
que me hablaba tanto mi padre, y otros más jóvenes; pero todos llevaban la
estampa de la seriedad en su forma de tocar y en sus andares. Avisaban con sus
repiques que la procesión que esperábamos con ansia apostados en alguna esquina
de la ciudad se estaba acercando. Parece ser que el origen de su existencia se
remonta al siglo XVI, en que ya hacía de campanillero avisador de desfiles
procesionales. Son tan queridos entre nosotros estos barandales, que en los
años noventa el escultor zamorano Ricardo Flecha (comenzó su actividad como
aprendiz en el taller de escultura de nuestro buen amigo Ramón Abrantes, de
quien ya tratamos en nuestro Diccionario) esculpió una imagen del Barandales
que acabó colocándose en la plaza de Santa María la Nueva, delante del Museo de la Semana Santa; asimismo se le
puso el nombre de Barandales a la pequeña calle que separa la Plaza anterior de la de
Viriato.
Dije en mi poema Barandales,
que dediqué a España, el primer Barandales que conocí (del ya mencionado Zamora, entre la ausencia y el reencuentro):
“Tío Barandales, dales, dales…,
suena en el alma de los chavales
mientras los pasos pasan solemnes
por las callejas viejas, perennes.
Esas campanas, como latidos,
suenan a tiempos nunca perdidos
en lo más hondo del corazón
como una eterna, viva canción.
Tío Barandales, dales, dales…
Las campanadas suenan iguales
en la distancia y en la presencia,
En los adultos y en la inocencia.
Semana Santa de mi ciudad.
Los pensamientos son de piedad
mientras voltean esas campanas
viendo a las gentes tras las ventanas
mirar con ojos tiernos, llorosos,
los latigazos tan dolorosos
que sufre Dios en su soledad.
Sigue tocando, tío Barandales,
tío Barandales, dales, dales…,
para que nunca nos olvidemos
de aquellas cosas que hoy no tenemos
y que un día fueron nuestra Verdad.”