10.
Acompañado de los vapores del Cariñena y el sopor de
la comida, así como por el monótono rodar del autobús, lucho por no caer en la
siesta más indigna y, ya camino de Teruel (no pararemos más hasta llegar a
nuestro lugar de destino), me aferro a la vista de los melocotonares,
prácticamente recolectados, de Calanda (¡ay, aquellas delicias del paladar que
un amigo mío hacía posibles hasta hace pocos años!). Todo pasa y nada queda…
hasta el próximo año en que volverán a engordar y sonrosarse poco a poco para
acabar envueltos en sus honorables camisas antes de convertirse en rica
mercadería.
11.
A casi setenta kilómetros de Teruel (¡todavía!) la
incansable y extensa serpiente gris sigue subiendo y bajando, encajonada ahora
entre montes pelados y pueblecillos habitados por la soledad y la ruina,
pueblos mineros que fueron prósperos ayer y hoy conservan solamente sus
esquilmados pozos y algún que otro Museo que se erige así en su único recuerdo.
Utrillas es un ejemplo. Antes pasamos por Alcorisa, pueblo más próspero que
vive de secaderos de jamones. Y ahora por Montalbán, que está en plenas
fiestas.
Un poco más adelante se asoma el avance de las nuevas
tecnologías en la cresta de la montaña en forma de molinos de viento (sus tres
aspas mueven el presente y preparan el futuro). Así es la vida: aquí la limpia
energía eólica sustituye la energía no renovable y obsoleta del carbón.
12.
Y mientras aparecen de forma notoria los primeros
síntomas de cansancio y el síndrome de silla va en aumento, a media hora de
Teruel, vuelvo a enfrascarme (más para olvidarme del agotamiento del viaje que
para otra cosa) en el librito de la ciudad del toro y el amor. Nuevos nombres
de plazas, calles, torreones, iglesias, puentes vienen a mi cabeza antes de
verlos en persona. Convento de Santa Clara, Carmelitas descalzas, Plaza del
Torico, los Parcent, iglesia de San Francisco, los Amantes en San Pedro,
Acueducto de los Arcos… Son demasiadas cosas y aún no estoy allí. ¿Sabré
encontrarlas todas?
13.
Por fin, en Teruel, instalados en el Hotel Reina
Cristina, comprobamos enseguida su excelente ubicación. A un paso del Edificio
del Gobierno de Aragón y de La
Escalinata , desde la que se goza de una espléndida vista,
efectuamos el primer contacto (siempre suele ser el más impactante) con la
ciudad del toro y el amor. Y la primera sorpresa que recibimos nada más torcer
la calle es la torre mudéjar del Salvador. Lo que he leído sobre ella se queda
cortísimo ante su belleza. El arco apuntado de la calle, el ladrillo que
asciende hacia las almenas que rematan la construcción como una llamarada roja,
la cerámica verde y blanca, el juego de ventanas y arcos… A la luz de media
tarde, la impresión que recibo de la torre es inolvidable. Por los adoquines
grises del pavimento, hechos para evitar los resbalones durante la temporada
del hielo, ascendemos nosotros por la calle hasta desembocar en una de las
plazas más singulares que he visto en mucho tiempo, la Plaza del Torico, animal
ibérico donde los haya y símbolo del nombre de la ciudad y de su origen
histórico.
La columna de la fuente, donde cuatro cabezas de toro de bronce
hacen de caños para que el agua fluya eternamente, sostiene en lo alto el cuerpo
diminuto de un toro (de ahí el nombre de la plaza), aunque pesa más de
cincuenta kilos. En plaza tan especial (tiene forma de triángulo alargado y da
principio y fin, según como se mire, a un buen número de calles) no pueden
faltar otras sorpresas arquitectónicas, como los soportales de columnas de
piedra y arquitrabes de madera que cobijan tiendas y bares y sobre todo las dos
casas modernistas de Monguió, discípulo de Gaudí: una, La Madrileña , de color
azulado, simbología floral y espléndido forjado de hierro en los tres balcones,
con ilustraciones de la metamorfosis de la mariposa, y la segunda, la Casa del Torico, con columnas
y decoración más variada que la anterior, con ventanas superiores circulares,
un alero trabajado y un torreón con cúpula en la parte izquierda del tejado.
El resto de la tarde lo pasamos indagando en las
calles y plazas aledañas con nombres de santos y santas y descubrimos otros
monumentos de extraordinario interés, como la Catedral , el Museo
Provincial, la Fuente
del Deán… vamos, el corazón de Teruel dividido, como en todas partes, entre el
poder civil y el eclesiástico. Pero también, siguiendo el azar de los pasos,
salimos del corazón de la ciudad y conocemos los dos viaductos, el moderno y el
antiguo, que se besan en un pequeño parque donde Torán escucha desde su peana
el canto eterno de la fuente y la
Aguadora , a sus pies, espera la foto de recuerdo de los
visitantes.
En Teruel el agua de las fuentes es el punto de
referencia, tanto de lo antiguo, recuérdese la fuente del Deán, junto a la
torre mudéjar de la catedral, como de lo actual, como ocurre con los chorros de
los surtidores de la Plaza
de San Juan, donde se levantan el airoso Casino y los serios edificios de la Diputación Provincial
y de la Hacienda
Pública.
Poco antes de entrar en esta plaza, donde pone su nota
variopinta y popular un mercadillo de ropa y de calzado, hemos podido admirar
el monumento relacionado con el origen de la fundación de Teruel, compuesto de
cuatro elementos: el toro, la estrella, el ángel y el vaquero.
Y paseando entre el río de gente que visita el
mercadillo, volvemos al punto de partida, es decir, la Plaza del Torico, cuando ya
las primeras luces artificiales anuncian la llegada de la noche. Antes de
buscar la calle del Salvador para regresar al hotel, tenemos tiempo de
descubrir una curiosidad que tiene que ver con el torico de la columna:
situándose uno en determinado lugar de la plaza frente a la columna que lo
sostiene, puede ver la estrella de hierro, que hay colocada sobre el tejado del
edificio que cierra la plaza detrás de la fuente, justamente colocada entre las
astas del diminuto pero poderoso toro.
Hay ya poca gente sentada en las terrazas de los bares
de la plaza. La vida de la ciudad va de retirada. Es domingo y mañana es día de
trabajo.