5.
Subidos de nuevo al autobús, decimos adiós al
Castillo, llamado de los Catalanes porque la historia sitúa en él a los Condes
de Barcelona, y enfilamos el rumbo a Alcañiz, próxima parada, tras torcer por
el puente atravesado en medio del pantano. Enseguida el autobús empieza a subir
tanto que deja muy abajo al agua del estanque que reflejan el azul limpio del cielo, y la
carretera se convierte en una interminable serpiente gris que repta, sube y
baja entre montes habitados por pinares y carrascas.
6.
Como la marcha se vuelve monótona, aprovecho para
echar un vistazo al librito de Teruel que me he traído conmigo. Repaso la
historia de la ciudad y releo sus principales leyendas de amor y guerra entre
moros y cristianos. La primera y más conocida es la de Isabel de Segura y Diego
de Marcilla, tema central de varias obras literarias, la principal de las
cuales es el drama romántico firmado por Hartzenbusch y titulado
inequívocamente Los amantes de Teruel. Pero también recuerdo la del tributo de
Leonor o la del puente de Elvira, igualmente emotivas y llenas de romanticismo,
así como la que explica el origen de la construcción de las dos torres
mudéjares gemelas de la ciudad, la del Salvador y la de San Martín, o la de la
fundación de la ciudad por Alfonso II, en la que figura un toro y una estrella,
entre otros símbolos. Asimismo examino los planos de Teruel con indicación de
los lugares y monumentos más visitados de la ciudad del toro y el amor. Y leo
algunas notas sobre las pinturas del techo de la Catedral …
Luego recurro a mi biblioteca de una página, llamo así
al Kindle, invento excepcional para el buen lector, donde tengo reunidos unos cuantos de mis libros favoritos de Poesía, Teatro, Narrativa y Ensayo, y me enfrasco en la relectura de Los amantes de Teruel, de
Hartzenbusch.
"¿Conocéis en esta cara
marchita y amarillenta,
en estos ojos que cubre
de dolor oscura niebla,
en este labio en que siempre
un ¡ay! lastimero suena,
en esta efigie animada
del pesar, veis la belleza
que llamasteis algún día
en mil trovas lisonjeras
perla del Guadalaviar.
de Teruel fúlgida estrella?"
7.
Y así entramos en la provincia de Teruel, según la voz
de la guía que lo anuncia en estos momentos. La enorme e incansable serpiente
gris sigue serpeando, subiendo y bajando por el tobogán del paisaje aragonés,
ahora pobremente representado por pedregales y yermos, pinos solitarios y
algunas sabinas albares. El sol, en lo alto de las ventanillas del autobús,
empieza a calentar mientras a la derecha de la marcha aparecen algunos olivares
y más sabinas albares. Las conversaciones de los pasajeros, algo cansadas y
repetitivas, han ido bajando de tono. La que persiste es la música del MP3 del
autobús, que, al contrario que la anterior, se ha vuelto más vocinglera, ligera
y popular. Allá a lo lejos, delante del autobús, se perfila violeta la sierra
de Albarracín.
Y llegamos a la vista de Alcañiz, que, subida en un
altozano, nos espera para una larga visita.
8.
Alcañiz, topónimo de origen árabe que en castellano
significa El cañizo, es una población tranquila y pequeña, pero cuajada de
atractivos monumentos artísticos, entre los cuales destacan la excolegiata de
Santa María la Mayor ,
con una portada renacentista formidable, el rincón formado por el Ayuntamiento
y la Lonja , del
más depurado estilo gótico, y el Parador de la Concordia , subido a lo
más alto de la población como un águila de piedra para dominar el paisaje, que
fue en el pasado un convento franciscano y que guarda en su interior sorpresas
inauditas como las pinturas góticas murales de una de sus torres o su recoleto claustro
del mismo estilo; anexionado a él está el Castillo de los Calatravos con
imponentes torreones e inexpugnables almenas. La vista de la vega que rodea al
río Guadalope desde allí arriba es insuperable. No olvido el paseo por las
calles antiguas de Alcañiz que dimos a nuestra vuelta de las impresionantes
alturas porque también en ellas guarda celosa su vida pasada, y por las
modernas, que constituyen el presente y el futuro de una población que no
quiere vivir sólo de su historia.
Subidos de nuevo al autobús, nos dirigimos al Hotel
Alcañiz en cuyo restaurante podremos reponer nuestras fuerzas tan bellamente
perdidas. Sin embargo, nos hemos adelantado al horario convenido y el autobús,
para hacer tiempo, nos lleva a La
Estanca , a pocos kilómetros de allí, que según nos dice la
guía es un lugar paradisiaco donde podemos pasar apaciblemente y tomar algún
refresco.
9.
La llamada Estanca no es más que una gran charca donde
Alcañiz ha establecido su privilegiado Club Náutico. Cabe añadir apenas que el
lugar no posee una sola sombra y el calor es sofocante. Así que refugiados en el
Bar que se levanta cerca de su orilla, mientras tomamos el vermú, echamos una
mirada cansina al agua estancada y a un solitario velero que a los escasos
impulsos del viento a duras penas navega por ella. Los juncos crecen en sus
orillas y enfrente, en la otra margen, verdean unos cuantos árboles. Nos
enteramos en el bar de que contigua a La Estanca hay una presa con compuerta que en
momentos abundantes libera agua de la charca para regar algunos cultivos. Antes
de subir al autobús para acudir a cumplir con las obligaciones del estómago, no
me resisto a bajar hasta la orilla donde el velero, gobernado por dos hombres,
aún lucha por surcar unos metros más en dirección al atracadero del Club
Náutico las aguas quietas de la charca. Manos mal que tengo la suerte de
descubrir a una libélula volando sobre los escuálidos juncos.
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