SOBRE UN POEMA
Durante una temporada me dediqué a
dar forma definitiva a una colección de poemas que había escrito durante el
último viaje a mi ciudad natal. Y se dio el caso que habiendo llegado al poema
que retrata la impresión de la visita que entonces había hecho al cementerio de
San Atilano y en ella a la tumba de mi admirado y amigo poeta Claudio Rodríguez,
me quedé clavado en el recuerdo de aquella circunstancia sin que palabra alguna
saliera a mi encuentro. Tenía delante, eso sí, la composición que sobre la tumba
había escrito, un conjunto de líneas mal hilvanadas. Y aunque mi mente no
dejaba de estar en activo, no lograba
dar con un adjetivo o un verbo que en cierto verso me faltaba para
redondearlo. Sólo la cabo de unas horas me pareció dar con la expresión que
concordaba exactamente con lo que yo quería decir. Por ejemplo, llegado que
hube a la segunda estrofa con sudores y lágrimas, como quien dice, unas cuantas
palabras se reunieron como por arte de magia en la noche del pensamiento y
amanecieron en la pantalla del ordenador de esta manera:
"Y aquí estás, esperando con
el verso
cumplir fiel la canción del despertar..."
Y ahí se quedaron quietas, mudas, sin saber cómo
continuar. Estuve a punto de cerrar así el poema porque lo asociaba con el
verso inscrito en la tumba de Claudio. Lo de "la canción del despertar"
tenía su sentido, pues como digo en la lápida de la tumba, en bajo relieve,
aparecía un verso del poeta perteneciente al Canto del despertar, poema incluido en el primero y mejor poemario
de Claudio, Don de la ebriedad,
escrito en un estado absoluto de inspiración al modo clásico, sólo equiparable
a los que habían vivido poetas de la talla de Rimbaud, Willian Blake o
Coleridge. Ese verso de Claudio grabado sobre su tumba es: "El primer
surco de hoy será mi cuerpo".
Sin embargo, un resquemor interno
me decía que así no podía dejar el poema, que debía seguirlo hasta lograr decir
lo que quería y sentía en aquel momento. Busqué inútilmente en el pozo de las
palabras docenas de ellas sin que lograra expresar lo que sentía. Y, a cambio,
como un torrente imparable surgió una estrofa más. No quise darle más vueltas
al poema y lo dejé para unos días más tarde. Y de repente, al releer lo escrito
y llegar a aquellos versos que se habían quedado en el aire, las palabras que
necesitaba vinieron solas a mi encuentro como una liberación o un alumbramiento:
"Una lápida gris cubre tu
trigo,
una cruz te señala como granologrado de la tierra y unas llamas
alumbran la ebriedad de tu cosecha."