El pasado 25 de marzo del año en curso, pude disfrutar de Tosca, la magnífica ópera romántica de Puccini. Era precisamente el último día de sus representaciones en el Liceo y fue un verdadero descubrimiento y gran suerte acudir a Barcelona para presenciarla.
Para mí ha sido una experiencia inolvidable. Conocer
in situ el famoso teatro barcelonés, envuelto en su ambiente verdadero de
teatro, canto y música, luces y aplausos y gritos fervorosos a los artistas, ya
digo, ha sido imborrable. Para empezar, nos adelantamos lo suficiente para
entrar y ver el despliegue de elegancia y buen gusto por escalinatas, espejos,
corredores, plateas, palcos y pisos de localidades, cada una con su pantallita
para seguir en el idioma que se quiera las intervenciones de los tenores,
barítonos, sopranos, coros, etc., orquesta y escenario, luces de dragones,
estucados y pinturas por doquier y el techo, como la tapa de una bombonera.
Nuestras localidades, situadas en uno de los pisos, nos ha permitido contemplar
lo que es el recinto del teatro con el privilegio de los dioses, desde lo alto
y a placer. A nuestra llegada, algunos músicos se entretenían afinando sus
instrumentos y la música, así tocada, trepaba por los palcos arriba, se
enredaba en los dragones de luces y acariciaba el platillo volante del alto
techo. Mientras tanto la gente iba llegando y ocupando sus respectivas localidades.
Luego llegaron por megafonía los avisos de que la obra iba a comenzar y, de
pronto, la magia que yo esperaba, empezó a desplegar su influjo. Las luces se
apagaron y la música empezó a tocar, mientras el telón rojo del escenario
comenzaba a subir para mostrarnos el primer acto de Tosca. La escenografía,
soberbia y práctica, en todo momento, nos mostró enseguida el interior de la
iglesia de San Andrea della Valle de Roma y la acción cantada y musicada que
nos iba a plantear el problema de la obra de Puccini: el triángulo amoroso
compuesto de los dos enamorados, el pintor Mario Cavaradossi, la cantante
Floria Tosca, y el jefe de policía el barón Scarpia, que quiere conseguir a la
vez los favores amorosos de Floria y acabar con el pintor que está ayudando al
revolucionario Angelotti, que acaba de fugarse de la prisión de Sant’Angelo;
así matará tres pájaros de un tiro. Para mí lo mejor de este acto es la astucia
que emplea el cruel Scarpia para sembrar los celos en la de por sí ya celosa
Tosca, que cree ver en los ojos de la Magdalena, que está pintado su amado en
la iglesia, los de la marquesa Attavanti. El acto concluye de forma magistral
con el canto coral del Te Deum, en un despliegue de color, vestimenta y efectos
luminosos extraordinario. El sobretexto en catalán, proyectado sobre el
escenario, me pareció una idea afortunada para seguir fielmente el significado
del argumento y las intervenciones de los cantores.
El segundo acto, para mí el mejor de los tres, puso en práctica nada más empezar el truco escenográfico de emplear el mismo escenario del primero haciéndolo girar sobre su eje para ofrecernos el interior de las oficinas del perverso Scarpia dentro del Palacio de Farnese; a la derecha permanecerá en sombra, hasta uno de los momentos cumbre de dicho acto, la cárcel en que torturan a Mario para que delate el paradero del fugado Angelotti. Creo que los dos momentos principales son: el primero, el aria que canta Tosca (Martina Serafín) : Vissi d’arte, una vez que se ha visto obligada a ceder a las pretensiones de Scarpia (Scott Hendricks), no sin antes haber conseguido de éste un salvoconducto para ella y su amado Cavaradossi (Alfred Kim), y el segundo la muerte del malvado jefe de policía que la misma Tosca lleva a cabo tras hacerse con un cuchillo del aparador de las bebidas. El acto tiene un final apoteósico cuando Tosca cubre el cadáver de Scarpia con la cortina roja que previamente servía para velar las rejas de la cárcel. Es de un efecto estremecedor y muy romántico pues, habiendo quedado fuera la mano del muerto que mantiene el salvoconducto, sale a relucir la rabia decisiva con que Tosca se lo arrebata. Después, lentamente la cantante desaparece por el fondo del escenario bajo una luz fría de amanecer mientras el resto se va apagando. Se baja el telón y los aplausos, como al final del acto anterior, atronaron el teatro desde la platea hasta la tapa de la bombonera del techo; sin embargo, yo no dejaba de recordar los que le habíamos dedicado a Martina Serafín tras concluir su maravillosa y sentida aria
“Vissi d'arte, vissi d'amore,
non feci mai male ad anima viva!...
Con man furtiva
quante miserie conobbi, aiutai...
Sempre con fe sincera,
la mia preghiera
ai santi tabernacoli salì.
Sempre con fe sincera
diedi fiori agli altar.”
(“He vivido del arte, he vivido del amor,
¡nunca le he hecho daño a nadie...!
Con mano furtiva
he socorrido cuantas miserias conocí,
Siempre, con fe sincera, mi plegaria
elevé en los santos tabernáculos.
Siempre, con fe sincera,
he llevado flores al altar.”)
En cuanto al tercer y último acto, que sucede al anterior sin descanso, es más rápido que los
otros, y sus golpes de efecto no son menores, especialmente, el inicio escenográfico, que
es excelente, dando lugar al paso lento de las horas de la madrugada, entre
lentas campanadas, niebla que invade el lugar de la orquesta y el movimiento
teatral y solemne de la plataforma que hará a la vez de cárcel de Sant’Angelo y
lugar de fusilamiento de Cavaradossi (real y no fingido como le había hecho saber Scarpia a
Tosca en el segundo acto antes de que cayera muerto a manos de ella). También destacan dos momentos esenciales en este último acto: el del
aria que canta Alfred Kim, que desató nuestra admiración y nuestros aplausos (no pude evitar las lágrimas):
“E lucevan le stelle,
Ed olezzava la terra,
Stridea l'uscio dell'orto,
E un passo sfiorava la rena...
Entrava ella, fragrante,
Mi cadea fra le braccia.
Oh! dolci baci, o languide carezze,
Mentr'io fremente
le belle forme disciogliea dai veli.
Svanì per sempre il sogno mio d'amore,
L'ora è fuggita
E muoio disperato!
E muoio disperato!
E non ho amato mai tanto la vita!
Tanto la vita!...
(“Y brillaban
las estrellas,
Y olía la
tierra,
Chirriaba la
puerta del huerto,
Y unos pasos
rozaban la arena...
Entraba ella,
fragante,
Caía entre mis
brazos...
¡Oh, dulces
besos! ¡Oh, lánguidas caricias,
Mientras yo,
tembloroso,
Sus bellas
formas liberaba de los velos!
Se desvaneció
para siempre mi sueño de amor...
El tiempo ha
huido...
¡Y muero
desesperado!
¡Y muero
desesperado!
¡Y no he amado
nunca tanto la vida!
¡Tanto la vida!”
El otro momento es el que sigue inmediatamente al
fusilamiento de Mario. Los soldados desaparecen por debajo de la plataforma
(terraza del castillo) y Tosca le dice a su amado que se levante ya para
escapar ambos con el salvoconducto de Scarpia. Pero todo ha sido otra
estratagema del perverso jefe de policía, que lo había previsto todo. El
fusilamiento ha sido de fuego real y Cavaradossi está muerto. Tosca palpa y
agita en vano el cuerpo de su amado. Desesperada, ante la proximidad de los
soldados, que han vuelto a la escena
para capturarla, se aproxima al borde de la terraza, al fondo del escenario, y
se arroja al vacío.
Más romanticismo, imposible. Los héroes mueren
trágicamente tras mostrarse su amor. Y la música, dirigida excelentemente por
Paolo Carignani, acompaña en todo momento las emociones de los protagonistas y
colabora perfectamente a entender los diversos ambientes que envuelven sus
vidas y sus pasiones.
¡Hasta la vista, Tosca!
¡Hasta la vista, Tosca!