Un noviembre como éste hace cincuenta años moría en México Luis Cernuda, uno de los poetas de la Generación del 27 que más ha influido en la poesía de las últimas hornadas en nuestro país. Pues bien, un año antes, en 1962, un grupo de poetas, entre los que destacaba Francisco Brines, que siempre consideró al autor de La realidad y el deseo como uno de sus principales maestros, le rindieron homenaje en una revista valenciana llamada La caña gris (en tres números extraordinarios, 6, 7 y 8).
Aquí presento el artículo con el que el mencionado Francisco Brines colaboró en dicho homenaje.
Ante unas poesías completas, por
Francisco Brines, página 117.
Es el segundo ensayo en extensión pero sin duda el más
importante de la Revista
por el acercamiento personal y lírico de los dos poetas. El artículo está
vertebrado en tres puntos: Dos fases en la poesía de Cernuda, Actualidad de Cernuda y Descubrimiento de un poeta. En el primer punto, Dos fases en la poesía de Cernuda,
Brines afirma que el poeta sevillano para llegar a la felicidad parte desde la
soledad, rasgo constante de su poesía, además de característica vital. Poesía
que presenta gran unidad y en la que cabe distinguir dos fases. Dice Cernuda:
“La esencia del problema poético (…) la constituye el conflicto entre realidad
y deseo.” De estos dos términos, el segundo (el deseo) permanece inalterable en
su esencia, mientras que la realidad cambia constantemente. En la primera fase
la realidad es el amor físico, en la segunda la realidad se multiplica, “se
trata más bien de realidades”. Y a medida que cambia la realidad, crece el
deseo. Y da lugar al fracaso y a la frustración del hombre en su misma esencia
“porque está hecho de tiempo”. Cernuda además sufre otro conflicto: el que se
origina entre su sistema personal de valores y el oficial de su época. De ahí
que sea, atendiendo a lo primero, un poeta metafísico, y a lo segundo, un poeta
ético.
A continuación Brines pasa a demostrarnos cómo se
integra la primera fase de la poesía de Cernuda en la segunda haciendo un
recorrido por los seis poemarios que forman la primera edición de La
realidad y el deseo (abril de 1936). En Perfil del aire (1927; en
1936, al término de la primera fase, repudia dicho título por considerarlo
demasiado ingenioso y lo sustituye por el de Primeras poesías), “libro
de melancolía adolescente”, hay más deseo que realidad, pues el núcleo temático
es “el deseo físico, el paso del tiempo, la belleza, la soledad, la
indolencia”. Una observación: el ingenio poético era una tendencia dominante de
la primera época, y la sustitución del título demuestra un profundo cambio en
la obra posterior de Cernuda, según indica Brines. Égloga, elegía, oda es el
título del segundo libro (1927), compuesto de tres poemas largos; libro que
constituye su obra más intemporal en la doble vertiente personal y de época. A
través de él intenta renovar la poesía clásica hermanándose con uno de nuestros
mejores poetas renacentistas, Garcilaso, cuyo magisterio reconoce. Con Un
río, un amor (1929), se adscribe su poesía en el movimiento
superrealista (para Cernuda “el superrealismo tiene un aspecto de rebeldía y de
magia”, especialmente rebeldía contra la sociedad enfrentada a la radical
soledad del hombre). Su contenido es “el amor maltrecho, su sed permanente”,
aunque surge también en sus poemas la presencia deseada de un edén terrenal.
También es superrealista el libro siguiente, Los placeres prohibidos
(1931), donde se concreta más “la materia del canto: la rebeldía de los
placeres prohibidos frente a la sórdida realidad que la sociedad impone, la
exaltación del deseo amoroso”. De ahí que diga en uno de sus poemas, Si el
hombre pudiera decir: “Tú justificas mi existencia: / si no te conozco, no he vivido; / si muero
sin conocerte, no muero porque no he vivido.” En Los placeres prohibidos y
en Donde
habite el olvido, libro de 1932-33, título sacado de un verso de otro
de sus poetas preferidos, su paisano Gustavo Adolfo Bécquer, es donde aparece
más señalado el sello de la vida personal de Cernuda. En el último citado
abandona el poeta el superrealismo y se acoge otra vez a nuestra tradición
poética. Y así canta “el olvido de un amor, el vacío que se origina en torno
suyo”. A partir de ahora, afirma Brines, “la mutación de la poesía de Cernuda
será más pausada y la forma va acercándose a la configuración que resultará
después paradigmática.” Finalmente, en Invocaciones (1934-35), donde
aparecen los poemas largos y narrativos, “el esplendor verbal es puesto al
servicio de un mundo hedonista y pagano, que apaga con sus brillos un trasfondo
vital de constante sinceridad”. El tema es el amor desengañado y por ello
vuelve nostálgicamente la mirada al mundo de los dioses, mientras ataca a los
hombres por ser diferentes a él por su condición de poeta y desea la muerte.
Así pues, el libro muestra un estado espiritual inconformista.
La segunda edición de La realidad y el deseo
apareció en México en 1940, y un nuevo libro acompaña a los ya mencionados, Las
nubes, con el que se inicia la segunda fase de la poesía de Cernuda.
Ésta se caracteriza por el “crecimiento del término realidad” (el propio poeta
sevillano lo había dicho: “Son las circunstancias las que despiertan la poesía
en el alma del poeta.”) y por que el poeta expresa en sus versos la experiencia
de su vida. Ahora la poesía muestra “la sensualidad más contenida” y “la pasión
más reflexiva”, por lo que el conocimiento manda. Y la meditación, y la
conciencia ética y crítica, y empieza a verse “mayor austeridad y reticencia”.
Y en la visión del poeta observamos más mundo: “el paso del tiempo, la
hermosura de los cuerpos, el deseo sexual, el ocio, la soledad, la muerte como
liberación, la crítica social”. En cuanto a la naturaleza, la devoción del
poeta prefiere los más humildes elementos, chopos, espinos florecidos,
violetas, tulipanes, gaviotas, pájaros muertos…
Como poesía meditativa y temporal, centra su atención
en la evolución de su propia vida, la juventud, la vejez, el destierro…, pero
también en su propia creación poética, en su misión como poeta o en la
significación de su obra. Evidentemente, Las nubes es uno de los libros más
ricos en motivaciones de la poesía contemporánea, y así vemos tratados en él
temas como “España, los recuerdos, la guerra, la familia, la música, México, la
muerte concreta (de un amigo, de un escritor admirado, de un niño), lugares
urbanos (…), celebración de centenarios, como los de Mozart o Larra…”
Formando con Las nubes el mediodía de la obra de
Cernuda, se encuentra, a juicio de Brines, Como quien espera el alba (1941-42),
libro que significó para él el descubrimiento del propio Cernuda (lo veremos al
tratar el tercer apartado del presente ensayo). Se trata de un poemario
“reflexivo, desengañado en la meditación, a veces nostálgico”. La opinión que
le merecen los hombres es destructora;
sólo el amor y la poesía pueden dar sentido a una vida asediada por mentiras y
amarguras. Pese a la proximidad de la muerte, el poeta ama más que nunca a la
vida, deseando eternizarse en el tiempo.
En Vivir sin estar viviendo (1944-49)
los recuerdos emplazan a los deseos; es una reflexión desilusionada hecha desde
la vejez, desde la perspectiva que le ofrece el proceso vital humano. El poeta
asume que la vida es un engaño y la conciencia del paso del tiempo se vuelve
“urgente y dolorosa”.
Finalmente, Con las horas contadas (1950-56), el
poeta, en medio de la nostalgia de la patria, la soledad y la vejez angustiada,
saca a relucir el gozo, la renovación alegre de su vida, que representan para
él el amor y el encuentro de México. El amor, junto con la poesía, ya quedó
dicho, es “el don de la vida”. Ante este nuevo amanecer en su ajetreada
existencia, reemprende la marcha de su vida y de su obra con entusiasmados
esfuerzos.
En el segundo punto de su ensayo, Actualidad de
Cernuda, Brines comienza afirmando que la influencia del poeta sevillano en las
nuevas generaciones poéticas españolas (entre las que se incluye el propio
Brines) es un hecho y así caben señalar algunos rasgos comunes a la poesía de
estas jóvenes promociones líricas y a la poesía de Cernuda: variedad y
abundancia de temas; renuncia al ingenio y al esplendor poético a favor de la
sencillez; empleo de poemas autobiográficos, si bien tendiendo a la
objetivación de las circunstancias personales; profundización psicológica de sí
mismo o de los demás; crítica social, derivada de una concienciación ética;
solidaridad, como efecto de la apertura a los demás; y la más importante de
todas, la temporalidad, de ahí que dé lugar a abundantes poemas de tono claramente
narrativo.
Que la temporalidad es el rasgo fundamental de esta
poesía no deja lugar a dudas. Ya en 1935 Cernuda lo definió así en Palabras
antes de una lectura: “El poeta intenta fijar el espectáculo
transitorio que percibe” y “el poeta llora la pérdida y destrucción de la
hermosura”. En Cernuda unido al tema de la temporalidad en muchas ocasiones va
unido el de Dios (el principio metafísico de su poesía lo refiere directamente
a Dios) : “Oh Dios, Tú que nos has hecho / para morir, ¿por qué nos infundiste
/ la sed de eternidad, que hace al poeta?” Conviene decir, no obstante, que
“esta poesía no es nunca confesional”, aunque sí se puede calificar a Cernuda
de poeta religioso.
También muestra preocupaciones patrióticas, debido a
la guerra civil vivida dolorosamente por él. Por eso canta la tierra y la
historia de España. Su canto a España lleva implícitos el dolor y la nostalgia.
Y si en sus precedentes del 98, para Unamuno era exaltación sin crítica y para
Antonio Machado, crítica nacional, en Cernuda se dan ambas: exaltación y
crítica.
En uno de sus libros clave, Las nubes, el poeta
distingue dos clases de poesía: “Una subitánea, de iluminación, esencial; otra
de exploración, originada por su complejidad, exigente de una reflexión”. Identificada
con la primera se halla la canción, en la que se emplea primordialmente la rima
asonante, el estrofismo dentro del poema, el verso variado, el encabalgamiento
suave y el ritmo interno, musical, que conduce la poesía. Es decir, los rasgos
propios de una poesía natural y sencilla con tendencia a emplear el lenguaje
coloquial (parece que estoy ante el mismo proceder poético de Brines).
La escasa distribución de sus obras, ha causado que
Cernuda no haya sido suficientemente conocido en España hasta hace poco. Otra
causa es “el alejamiento físico del poeta, que ha impedido el magisterio
personal de la palabra hablada”. Por último, cabe citar como motivo de que
Cernuda no sea conocido entre nosotros como merece es el de su ética personal,
frente a la ética española que siempre ha sido colectiva y de raíz tradicional.
Ya había dicho el poeta que “la obra poética es resultado de una experiencia
espiritual, externamente estética, pero internamente ética.” Y así es su
experiencia humana y poética. Y es que, si bien de niño seguía el “orden bello
establecido por Dios”, cuando más tarde sufrió una crisis su conciencia
religiosa, aquel orden bello permanece bajo una ética personal y necesaria,
sustituta de la ética religiosa. Por otra parte, la falta de un destino fijo le
va dejando sin sus raíces familiares, profesionales, geográficas, obligándole a
agarrarse a las raíces interiores de su espíritu, su carácter y su poesía.
Fidelidad a un destino con alto sentido de la dignidad. Dice a propósito
Cernuda: “Yo no me hice, y sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi
verdad, la mía, que no será ni mejor ni peor que la de los otros, sino sólo
diferente”. Esta exigencia de verdad interior confirma una fe profunda en el
hombre. Estamos, pues ante “una ética que valora los actos del espíritu sobre
todos los demás”.
Es una poesía la suya que parte de la soledad para
acudir al encuentro de la realidad. Le desvela el mundo y le dice su verdad.
Además le enseña a ver la unidad de la vida porque en ella se identifican en
algún momento la realidad y el deseo. Eso le ayuda a entender que, aunque
existe la amargura en el mundo, no debe haber nunca cansancio vital. El poeta
rechaza también la hipocresía de la sociedad y frente a la ciudad se refugia en
la naturaleza, porque “nunca es extraña” y es “la compañía fiel para el
solitario”. De ahí que Cernuda sienta mayor avidez por la vida terrenal que por
la sobrenatural, y la belleza física sea la más alta representación de la
hermosura. “Es en esta poesía la realidad más deseada. Hay veces en que la
realidad y el deseo se identifican: son los momentos de felicidad y de dicha.
El poeta, que sabe su fugacidad, quisiera hacerlos duraderos”. Cree que el
hombre se realiza en el amor; de modo que lo desea imperiosamente a la paz que
lo teme: “Así, por cada instante / de goce, el precio está pagado; / este
infierno de angustia y de deseo”. Ante la inseguridad que lo rodea, se aferra
al presente para vivirlo con plena intensidad. Y a los recuerdos, porque hacen
posible “la permanencia de lo frágil”, aun en la vejez porque sustituyen al
deseo. Todo esto tiene que ver con su acusado sentido de la temporalidad, que
deja melancólica el alma. “A medida que el hombre se adentra en el tiempo, el
recuerdo alejado le presenta su antigua juventud (recordemos lo visto sobre el
motivo del Jardín antiguo)”. Por
ello la juventud es el bien predilecto mientras que la vejez sólo contiene
resignación. “No digas que no esperabas / todo ello en el principio, / y
acepta, como si iguales, / lo esperado y lo vivido”, dice en Para estar contigo.
Concluye Brines este apartado afirmando que la poesía
de Cernuda es tan abundante en motivos y temas que ha encontrado en la poesía
actual seguidores de condición muy diferente y las generaciones futuras le
prestarán sin duda devota atención.
En el tercer y último punto de este ensayo, Descubrimiento de un poeta, narra
Brines cómo descubrió la poesía de quien sería su mejor maestro, Cernuda. Leamos al propio Brines: “El muchacho leyó, en
una antología recién adquirida, a los poetas ya conocidos. Sólo después detuvo
sus ojos ante el nombre nuevo, que sólo resonaba en él con un eco vago. A medida que avanzaba en la lectura, sentía
crecer su emoción: el peso de la vida, aún no vivida, se le presentaba como una
experiencia dolorosa (el subrayado es nuestro). Ya, con el último verso, se supo con más tiempo detrás,
y con fuerza recogida para ir al encuentro de las horas más adversas. Desde
entonces, sabiendo tan poco del poeta, le amó, del mismo modo que al músico que
le despertara el primer sentimiento de honda melancolía. Iba a su encuentro,
allí donde creía poder hallarle, y le buscaba en todas las antologías de
contemporáneos. Los ojos, recorriendo el índice, se detenían en su nombre.
Furtivo, en un rincón de la librería, se demoraba en el hallazgo; poco a poco,
con lentitud entusiasmada, supo más de aquella poesía, y sus recuerdos del
poeta eran más numerosos. Y empezó a compartir los poemas, en las tardes más
solas, con los amigos elegidos, aquellos que miraban la luz desde un mismo
silencio. Son los que, en la edad pura, a ningún extraño le dicen su canción.” (Sobran los comentarios.)
A continuación cuenta Brines que andando el tiempo y
de paso por otra ciudad (se trata de Madrid) entró en una pequeña librería (su
nombre Abril) y encontró cubierto de polvo un libro de Cernuda (en nota a pie
de página Brines añade que era Como
quien espera el alba después de decir que el poema que más le impresionó
fue La visita de Dios), que “se le
ofrecía para que fuese suyo”. Tras adquirirlo y ya de vuelta a casa en tren no
pudo resistir la tentación de ponerse a leerlo urgentemente. “Aquel ejemplar
fue afortunado: compartido con los más íntimos, retuvo en sus páginas las
miradas más largas y encendidas.”
Concluye Brines agradeciendo ese descubrimiento y confesando
que “aquel muchacho, al tener conocimiento de esta poesía, se sintió milagrosamente fortalecido. No siempre es posible
sorprender, tan vivo, el fervor de los hombres, y emociona profundamente si el descubrimiento tiene lugar en edad tan
desvalida y arriscada como la adolescencia. Entonces no es extraño que la alegría y la gratitud se asomen a sus ojos,
con un brillo de lágrimas.” (Los subrayados son nuestros.)