5. Partiendo de Pedro Salinas
Para valorar la calidad de un poema, conviene además tener
presentes las palabras que al respecto dijo Pedro Salinas (Madrid, 1891
–Boston, 1951): “Estimo en la poesía, sobre todo la autenticidad. Luego, la
belleza. Después, el ingenio.”
-autenticidad: calidad de auténtico, sincero,
verdadero.
- belleza: calidad de perfecto, acabado, bien hecho
tanto en la forma como en el fondo.
- ingenio: calidad de creativo, inteligente,
especialmente en los juegos fonéticos, léxicos y morfosintácticos del lenguaje
empleado en el poema.
Primer ejemplo:
autenticidad
Lo fatal, de Rubén Darío (Metapa,
Nicaragua, 1867- León, Nicaragua, 1916)
“Dichoso el
árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...”
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...”
Aunque Fernando Pessoa (Lisboa,
1888- 1935) afirmara que “el poeta es un gran fingidor”, hay que entender sus
palabras en el contexto en que las dijo. Lo cierto es que el poeta que escribe
un poema auténtico, como el que nos ocupa, no está por la labor de fingir o
falsear los hechos, sentimientos o ideas reflejados en los versos. Leyendo con
detenimiento el poema de Rubén Darío, enseguida comprobamos que las
afirmaciones y negaciones expuestas en él suenan a verdad, a algo que
verdaderamente está viviendo, sintiendo el poeta: el dolor de ser vivo o el de
ser consciente y darse cuenta del sufrimiento que padece, frente a la insensibilidad
del árbol o de la piedra. Es más, el poeta se involucra personalmente en la
pesadumbre que sienten todos los humanos, cuyo destino es morir un día, y lo
que es peor aún, “no saber adónde vamos ni de dónde venimos”. Nadie puede negar
la veracidad de esos hechos tan dolorosos y decepcionantes. En su poema, Rubén
Darío toma la palabra por todos nosotros para decir triste pero verazmente lo que
todos pensamos y sentimos acerca de nuestro común destino.
Segundo ejemplo: belleza
Fe mía, de
Pedro Salinas
“No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo,
seguro azar.”
Lo primero que llama la atención de este poema es su
perfecta y medida brevedad, y enseguida, pese a la brevedad del poema, la
cantidad de ideas expresadas en él. Y eso se logra con un perfecto conocimiento
de lo que en verdad es escribir poesía: decir muchas cosas con las menos
palabras posibles. Pero claro, a esa nota de la brevedad referida, debemos
añadir la belleza que la viste, la perfección que respira cada verso dentro del
poema y la elección de las palabras dentro de los versos, así como la
estructura elegida para el desarrollo del poema, basada en dos negaciones: no
me fío… ni me fío; y una afirmación : de
ti me fío (recordemos que por algo el poema se titula Fe mía).
Más elementos que implican belleza, perfección, algo
acabado y bien hecho: en primer lugar, las dos negaciones se refieren a la
rosa, que pasa por ser el modelo de belleza y perfección entre las flores y la
flor más cantada por los poetas; en la primera negación se niega la fe en la
rosa de papel que tantas veces hizo el poeta; en la segunda, la rosa rosa, la
verdadera. Por último, y en contraste con esas negaciones de la creencia de
algo que existe, está la afirmación de la fe en algo sobre lo que no tiene
nadie ningún poder: el azar, que para el poeta es seguro, redondo. No
quisiéramos terminar este comentario sin aludir a esas dos bellísimas metáforas
referidas a la rosa verdadera: “hija del sol y sazón”, “la prometida del
viento”; ni al bello paralelismo (repetición intencionada de ciertas palabras)
del final del poema, clave para afirmar la fe del poeta en el azar: “de ti que
nunca… de ti que nunca… de ti me fío…”
Tercer ejemplo:
ingenio
Érase un hombre
a una nariz pegado, de Francisco
de Quevedo (1580- 1645)
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado.
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
los doce tribus de narices era;
érase una pirámide de Egito,
los doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
El ingenio, unido a la gracia y a veces a la
comicidad, del soneto de Quevedo se halla en haber hecho en catorce versos
catorce definiciones de la nariz de un personaje (posiblemente la de Góngora,
su rival literario más encarnizado). Dichas definiciones se formulan, lógicamente,
valiéndose del verbo ser (aquí la forma pronominal del pretérito imperfecto de
indicativo “érase”, hasta diez veces, y la normal “era”, dos veces) que es el
propio de las definiciones: todas parten de la primera: “Érase un hombre a una
nariz pegado” (una hipérbole en toda regla). Las demás no dejan de ser
exageraciones cómicas de la nariz o del hombre pegado a ella, muy visuales y
plásticas la mayoría: nariz superlativa, una alquitara (alambique) medio viva,
un pez espada, un reloj de sol, un elefante boca arriba, una nariz sayón y
escriba (mordaz alusión a la nariz judía, corva y ganchuda, del centro de sus
burlas, el mencionado Góngora), un Ovidio Nasón mal narigudo (obsérvese el
juego que se hace con el apellido del poeta latino Nasón, como si fuera un
aumentativo del apéndice nasal), espolón de una galera, las doce tribus de
narices era (nueva alusión a la nariz judaica), una pirámide de Egipto, archinariz,
y en el colmo del chiste imparable, el último verso: “sabañón garrafal, morado y frito”. Ingenio, en este caso,
puesto al servicio del insulto y vejación verbal de una persona odiada. Pero,
al fin y al cabo, ingenio.
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