Gustavo Adolfo
Bécquer
A Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836 – Madrid,
1870) lo conocí muy pronto, en las clases de Castellano que recibí de muy niño
en Los Salesianos de mi ciudad natal. El profesor, un religioso tan sabio como
sensible respecto de las bellas letras, no había día en que no nos recitara un
poema o nos leyera una fragmento de prosa, y nos obligara a copiarlos con buena
caligrafía y mejor presentación en nuestros respectivos cuadernos de clase. De
unos y otros conservo feliz recuerdo y del que más de una Rima de Bécquer, la
de las golondrinas, cuyo primer verso es :Volverán
las oscuras golondrinas… Desde entonces el nombre del poeta romántico no se
me ha caído de los labios. Y en el Instituto, cuando en las clases de Don Ramón
Luelmo salía a relucir Bécquer, era como recibir una descarga en mi corazón. En
la lección dedicada al poeta sevillano encontré varias Rimas y un fragmento
amplio de El rayo de luna, una de
sus más conocidas leyendas, cuyo protagonista es Manrique, un noble la Leyendas. En unas y otras latía
poderosamente la poesía. No puedo negar que Bécquer es no sólo mi primer poeta
favorito, sino mi primera fuente de inspiración y, sobre todo, mi mentor. que en vez
de ejercer el oficio de las armas prefiere encontrar la poesía en la
naturaleza, llegando a enamorarse de un rayo de luna. No tengo que añadir que
tanto esas Rimas como el fragmento de la leyenda que incluía la lección de
nuestro manual me los aprendí de memoria. Y me entraron unas ansias locas de
conocer la obra entera de Bécquer para leerla a solas y aprendérmela de
memoria. Por eso, cuando un verano de aquellos de estudiante de bachillerato me
mandó mi hermano mayor desde Barcelona, donde estaba trabajando, un libro sobre
Bécquer que la editorial Janés había publicado por entonces, mi locura llegó a
las nubes lo mismo que mi felicidad. Fue un verano inolvidable en que me metí
en el alma de Bécquer, desnuda y confidente en las Rimas, y en su portentosa
imaginación desplegada con todo lujo de bellezas y maravillas en las Leyendas.
Lo que más me llama la atención de Bécquer es su
manera de expresar los sentimientos, casi confidencialmente, al oído de la
persona a quien se dirige, normalmente una mujer; con esas imágenes tan
sencillas como eficaces, referidas muchas de ellas al mundo de la naturaleza,
que parece comulgar con su modo de sentir y cuyas acciones parecen proyecciones
de las del poeta, y con ese lenguaje tembloroso y tímido, vestido con estrofas
donde se combinan tan sabiamente los versos, ya sean de arte menor o arte mayor
o combinación de unos y otros…
Acaso un ejemplo que deje palmario lo dicho
sea la
RIMA VII:
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarla!
¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga: “Levántate y anda”!
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