2. EL CRIMEN DE
ALVARGONZÁLEZ
Otras veces la muerte se convierte en un horrible
crimen parricida, como ocurre en La
tierra de Alvargonzález, un verdadero homenaje al Romancero por el que
Antonio Machado sentía una confesada admiración. La composición está dividida
en varias partes: una introducción en la que se nos presenta al protagonista
Alvargonzález desde su casamiento hasta el día en que ya viejo se queda dormido
al pie de una fuente, pasando por el nacimiento de sus tres hijos varones, a
quienes, ya crecidos los puso a cultivar la huerta y a cuidar de las ovejas a
los dos mayores, y al pequeño lo dio a la Iglesia. La segunda parte es El sueño de Alvargonzález, donde ve a
sus tres hijos de niños jugando a la puerta de la casa; entre los mayores salta
un cuervo (mal presagio), y a su mujer pidiéndoles que suban al monte a por
leña para el fuego.
“Tres niños están jugando
a la puerta de su casa;
entre los mayores brinca
un cuervo de
negras alas…”
Cuando, más tarde, los mayores quieren encender el
fuego, no lo consiguen; sólo lo hace el menor y enseguida la hoguera alumbra
toda la casa. Alvargonzález alaba al hijo menor mientras los mayores se alejan
en el sueño y un hacha (segundo mal presagio) brilla entre ellos..
“Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los dos fugitivos
reluce un hacha
de hierro.”
En la tercera parte, Aquella tarde…, los dos hijos mayores de Alvargonzález encuentran a
su padre dormido al pie de la fuente.
“Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le aborrasca
el rostro, un tachón sombrío
como la huella
de un hacha.
Soñando está con sus hijos,
que sus hijos
lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.”
El parricidio, el crimen horrendo se ha cometido.
“A la vera de la fuente
quedó
Alvangonzález muerto.
Tiene cuatro
puñaladas
entre el costado y el pecho,
por donde la sangre brota,
más un hachazo
en el cuello.”
Luego los parricidas cogen el cadáver y lo llevan
hasta la Laguna Negra ,
a cuyas aguas lo arrojan con una piedra amarrada a los pies. La gente encontró
la manta de Alvargonzález junto a la fuente y un reguero de sangre que iba
hacia la Laguna Negra.
Un buhonero que por entonces cruzaba por aquellos lugares fue acusado de matar
a Alvangonzález y condenado a morir en garrote. Pasado un tiempo, la madre
murió de pena.
“Los que muerta
la encontraron
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.”
Y así los hijos mayores se vieron ricos y dueños de la
huerta, de campos de trigo y ovejas.
Otros días
se titula la parte en que se ve cómo la primavera vuelve a la tierra de
Alvargonzález. Sin embargo, el horrible crimen sigue impune.
“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está
quien la ha labrado,
mas no le cubre
la tierra.”
Los parricidas cabalgan a lomos de sendas mulas en
busca de ganado, y al pasar cerca del Duero, oyen cantar a una voz los cuatro versos citados en último lugar:
“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está
quien la ha labrado,
mas no le cubre
la tierra.”
Se les va a hacer de noche en el camino y tiemblan de
miedo al recordar lo que hicieron aquella tarde con su padre. Vuelve a sonar la
copla en la espesura del bosque:
“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está
quien la ha labrado,
mas no le cubre
la tierra.”
Y cuando hablan del camino de regreso y acuerdan
atajar por la Laguna Negra ,
desisten al momento y deciden cerrar el trato de la compra de ganado en
Covaleda. Y antes de salir a zona despejada, les parece oír cantar al agua:
“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está
quien la ha labrado,
mas no le cubre
la tierra.”
La penúltima parte del poema se titula Castigo, y alude evidentemente al
desenlace de la historia. Los dos parricidas ven cómo al cabo de un año de
abundancia le sigue otro de pobreza. Los sembrados se llenan de amapolas, el
tizón pudre las espigas, los hielos matan las frutas de la huerta y un
maleficio hace que enfermen los rebaños. Después vinieron largos años de
miseria. Y una noche de invierno en que nieva copiosamente los dos hermanos
parricidas se arriman a un fuego casi inexistente. Es hora de remordimientos.
“El pensamiento
amarrado
tienen a un
recuerdo mismo
y en las ascuas mortecinas
del hogar los ojos fijos.
No tienen leña ni sueño.
Larga es la noche y el frío
arrecia. Un candil humea
en el muro ennegrecido.
El aire agita la llama,
que pone un
fulgor rojizo
sobre las dos
pensativas
testas de los
asesinos.
El mayor de Alvargonzález,
lanzando un rosco suspiro,
rompe el silencio exclamando:
--Hermano, ¡qué
mal hicimos!”
El apartado siguiente titulado El forastero muestra otra noche fría de invierno en que un hombre
cabalga por el camino bajo la nevada y llega hasta la casa de Alvargonzález. Es
Miguel, el hermano pequeño que regresa de lejanas tierras. Una vez franqueada
la puerta, abraza a sus hermanos llorando y luego se arrima al fuego. Pregunta
a sus hermanos si tienen leña y le contestan que no. En ese momento ocurre el
milagro, la aparición del padre muerto.
“Un hombre,
milagrosamente,
ha abierto
la gruesa puerta cerrada
con doble barra de hierro.
El hombre que
ha entrado tiene
el rostro del
padre muerto.
Un halo de luz dorada
orla sus blancos cabellos.
Lleva un haz de
leña al hombro
y empuña un
hacha de hierro.”
El siguiente apartado se titula El indiano, aludiendo
al hermano pequeño de los asesinos, el cual, con el caudal que ha traído de
América, les compra una parte de las tierras y empieza a trabajarlas con
ahínco. También trabajan sus hermanos, pero, al contrario de Miguel, la suerte
sigue sin acompañarles.
“Ya con macizas espigas,
preñadas de rubios granos,
a los campos de Miguel
tornó el fecundo verano;
y ya de aldea en aldea
se cuenta como
un milagro
que los
asesinos tienen
la maldición en
sus campos.
Ya el pueblo canta una copla
que narra el
crimen pasado:
“A la orilla de
la fuente
lo asesinaron.
¡Qué mala
muerte le dieron
los hijos
malos!
En la laguna
sin fondo
al padre muerto
arrojaron.
No duerme bajo
la tierra
el que la
tierra ha labrado.”
Otro día Miguel, yendo de caza, escucha una voz que
canta:
“No tiene tumba
en la tierra.
Entre los pinos del valle
del Revinuesa,
al padre muerto
llevaron
hasta la Laguna Negra.”
La casa se
titula el apartado siguiente y en él, como en un paréntesis de calma antes de
sobrevenir el desenlace, se describe la casa de Alvargonzález con todo lujo de
detalles: es una casona vieja de labradores separada de la aldea y situada
entre dos olmos gigantescos, posee un fuego de hogar, a cuyo arrimo dos
pucheros de barro alimentan a dos familias, una cuadra y un corral, un huerto y
una escalera que conduce a las habitaciones distribuidas en dos viviendas: en
una viven los hermanos mayores, y Miguel en otra, que es donde vivían los
padres y donde soñaba Alvargonzález ser un día feliz y grande. Sin embargo, el
pueblo hoy canta una copla que dice:
“¡Oh, casa de Alvargonzález,
qué malos días
te esperan;
casa de los
asesinos,
que nadie llame a tu puerta."
A continuación se describe una tarde de otoño en que
todo es despedida y tristeza en torno a la casa de Alvargonzález, un bello
romance en el que poeta nos trasmite sus propias inquietudes, que acaban con
los versos
“¡oh, pobres campos malditos,
pobres campos de mi patria!”
En el penúltimo apartado de esta magnífica sinfonía de
romances titulado La tierra, se abre
con una mañana de otoño en que los hermanos labran con esfuerzo sus tierras; el
arado apenas avanza.
“Cuando el
asesino labre
será su labor
pesada;
antes que un surco en la tierra,
tendrá una arruga en su cara.”
Y en la huerta la azada, al hundirse en la tierra,
aparece teñida de sangre.
Así que, los parricidas, hartos de sufrir con la
tierra sin lograr nada de ella, venden todo a su hermano pequeño: casa, huerto,
colmenar y campo.
Finalmente, en el apartado del desenlace de la
historia titulado Los asesinos, vemos
a éstos emprender con el alba la marcha Duero arriba. Llegan a la fuente y el
agua clara suena como si estuviera contando la historia del crimen.
“A la vera de la fuente
Alvargonzález dormía.”
Y se ponen a hablar. Uno de ellos le dice al otro que
la noche anterior a la luz de la luna, había visto un hombre inclinado hacia la
tierra y una hoz de plata brillaba en su mano. Pasan el Puerto de Santa Inés y
se encaminan hacia la Laguna Negra.
El paisaje, rocoso, adquiere formas y aspectos animados: bocas, garras,
jorobas, panzas, hocicos, dentaduras melladas. Un lobo aparece con sus ojos
brillantes y la noche entera y los bosques, con sus miradas fieras, parecen
acechar a los dos asesinos, que al fin llegan hasta la Laguna Negra , y en ella
encuentran su propia muerte.
“…agua pura y silenciosa
que copia cosas
eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.
¡Padre!,
gritaron; al fondo
de la laguna
serena
cayeron, y el
eco ¡padre!
repitió de peña
en peña.”
Un final un tanto precipitado, pero eficaz y justo.
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