Día 1.
Aceitadas, noticias de la Semana Santa de mi
tierra, vino moro del Duero.
Esto es lo que me acaba de llegar hoy de aquel sitio donde arraiga la almendra de mi vida. Pero me gustaría que llegara junto a esa materia de azúcar y de harina, junto a esos renglones de noticias, junto a ese jugo que da la buena cepa de la tierra, me gustaría que llegara también lo que yo fui un día al lado de todo eso: el niño que vivió en mis huesos entonces y, sobre todo, la ventura y aventuras irrepetibles de ser niño en aquel aire sagrado de mi tierra natal.
Aceitadas, los dulces
besados por las manos maternales, tardes de abril lluviosas en la sala donde el
baúl cubría los aromas de la Semana Santa.. .
Noticias de la Semana Santa ,
los itinerarios de las procesiones, las imágenes nuevas que este año van a
desfilar y que yo no voy a poder ver… El vino embotellado que se cría con la
savia, el agua y el sol de la tierra…
Todo eso me acerca a
la tierra a la vez que me distancia de ella. Y es entonces cuando no puedo
evitar que las abejas que liban los recuerdos claven en mi alma su aguijón
amargo.
Día 2.
Hoy miro mi cara en
el espejo y veo un camino tallado por el tiempo. Adivino mis huellas sobre la
tierra, sobre el silencio de los años, porque los años callan y nos ven pasar como
la orilla al río mientras los hilos de la edad se enredan en personas, en
cosas, en esperanzas que pasaron, personas, cosas, esperanzas que en las manos
del tiempo se volvieron agua de recuerdos, fuentes que tienen el encanto de
revivir latidos, luces, gestos de ayer en este hombre que fue niño: los chopos,
las almendras, el mendigo de estío, mis padres en lo alto..., en este hombre que
hoy mira en el espejo su camino.
Hoy miro mi cara en
el espejo, y en un pilar de niños y aventuras veo un hombre tallado por el duro
poema de la vida.
Día 3.
Habrán empezado las
procesiones y el Tío Barandales encabezará una de ellas. “Tío Barandales, dales,
dales... decíamos los chicos al verle pasar bien firme, moviendo las muñecas de
sus manos para hacer voltear las campanas. Su rítmico cantar suena ahora en el
alma del chaval que un día fui. Ahora habrá también chavales en la ciudad
viendo pasar solemne al Tío Barandales delante de los cofrades y los pasos por
las callejas viejas y perennes. Esas campanas eran y son como latidos, como
segundos, minutos y horas de tiempos que nunca desaparecen porque son sones,
vivencias que siempre amamos, que revivimos y recordamos como una canción
eterna.
“Tío Barandales,
dales, dales...”, tal vez haya chavales hoy que digan al paso del Tío
Barandales, lo mismo que los chavales de ayer decíamos, porque esas campanas
suenan igual en la distancia que en la presencia, en los adultos que en los
muchachos. Ahí reside el misterio de la Semana Santa de mi ciudad.
Parece que lo estoy
viendo. Mientras voltean esas campanas, salen las gentes a las calles para ver
con ojos tiernos y llorosos, los dolorosos latigazos que sufre Dios en su lejana
y a la vez tan cercana soledad.
Sigue sonando, tío
Barandales, “tío Barandales, dales, dales...” para que nunca nos olvidemos de
aquellas cosas que hoy no tenemos y que un día fueron nuestra Verdad.
Día 4.
(Mirando una
fotografía de la época)
¿Dónde estoy yo, el niño que en mi cuerpo quedó atrás perdido
en los atajos de la vida. ¿Dónde estoy yo en esta orilla del río de mi infancia?
Escudriño las manos
de mi ahora y no me veo en los dedos ni plumas ni pelusa de nidos. Ni un rastro
de aquel jirón perdido de mi vida, un gesto de la hierba, una arruga del agua
que me digan que yo estuve hasta el júbilo asombrado en este paraíso, ahora
vacío. Y éste es el sitio. Aquí el pretil y al pie la hierba que en las tardes
sin fin de los veranos soñaba en ser famosa en nuestros pies junto al balón que
ardía en cien jugadas. Y más allá, en la orilla, los guijarros modelados sin
prisa por el agua, que pasaban a ser por un instante proyectiles de nuestros
tiradores.Éste es el sitio, aquel
que yo adoraba, ahora condenado por el tiempo a ser cantado sólo, visto sólo en
una fotografía.
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