El carácter es el que da la identidad a un escritor.
La escritura puede ser emotiva, bella, sabia, pero es
poca cosa sin carácter.
No es que un determinado carácter estropee una obra,
es que sin carácter la obra no existe.
En muchos libros de gran éxito el carácter puede ser
sustituido por el acierto narrativo, la fuerza de la intriga, la gracia
expositiva, la pretensión de originalidad. Pero el interés de todo eso se
desvanece a menudo con más o menos rapidez, y lo que acaba consolidando más una
obra es el carácter.
El carácter es la señal, la marca identificadora que
aparece en la producción de un escritor. (Caràcter)
Mi sacrificio tiene una evidente finalidad altruista:
dedicar todos mis esfuerzos a la preservación de la lengua catalana.
(Abnegació)
Siempre he pretendido alguna cosa, pero no recuerdo
haber alimentado nunca ninguna pretensión excepcional. Me he conformado con la
pretensión de poder escribir, una pretensión que me ha acompañado en la
adolescencia, en la madurez y en la vejez. Y he tenido la suerte de poder
satisfacerla, no ha sido una ambición desordenada ni frustrada.
También he tenido la pretensión de que alguien se
decidiese a leerme, y el hecho de que este lector haya existido a lo largo de
estas etapas de mi vida me ha hecho absolutamente natural la pretensión de
continuar escribiendo y hacerlo sin privilegios ni subvenciones. (Ambició,
pretensió)
He llegado hasta hoy, trabajando con tanta
independencia como naturalidad, disfrutando de la atención de los lectores y de
la indiferencia de la burocracia cultural, cobrando los derechos de autor por
los libros vendidos y no alegrándome la vida con los dineros de los
contribuyentes.
He llegado a la edad de reconocer que he tenido suerte
y también la juiciosa voluntad de no traicionarla. (Producció)
El cerebro ha de ser alimentado. El cerebro del escritor
también. Pero confieso que mi cerebro no ha sido sometido a una dieta de
alimentación literaria.
La lectura ha sido un ingrediente del menú, sin duda,
pero la mayoría de las proteínas las he obtenido de otros orígenes: la
observación directa de una realidad multiforme, la asociación de diversas
observaciones, el instinto de la curiosidad, la libertad de pensamiento, el
estímulo de la escritura cotidiana.
La confianza en la capacidad de improvisación y su
práctica también alimentan el cerebro.
Y también alimenta al cerebro la exigencia de
precisión en el lenguaje. Porque es evidente que se piensa con palabras.
Y para la vitalidad mental, la duda es importntísima.
El cerebro se alimenta
decisivamente de pensamientos que se convierten en acciones, aunque no
sean conscientes de ello. Lo que hacemos realimenta continuamente lo que
pensamos. (El Cervell)
Los libros conviene que, a demás de columna vertebral,
tengan un caminar ligero. Y seguido.
El lector ha de poder leer un texto que “narra” con
una mínima fluidez, no como quien atraviesa en cada página un terreno
pedregoso. El lector no se ha de dar cuenta de que respira, y eso pasa cuando
el texto ya respira por él mismo. (Lectura)
El escritor es un especialista que domina un área de
la literatura, como el cardiólogo domina un área de la medicina.
Todos los escritores comparten la misma herramienta de
trabajo, el lenguaje. Con el lenguaje se pueden hacer las más diversas
operaciones. Pero, como pasa con el bisturí, conviene saber adónde se quiere
llegar. (Competències)
He de decir que la gloria no me importa, especialmente
la gloria entendida como un reconocimiento póstumo de la labor literaria,
porque en la adjudicación de la gloria intervienen los factores más
imprevisibles.
La única cosa que pueden hacer los eruditos y los
ensayistas es acreditar con frases complicadas que la defunción del escritor ha
sido definitiva. (La glòria)
En la prosa, la música es más libre y el ritmo más
variado que en la poesía, pero uno y otra conviene que estén presentes en la
escritura y mejor si esta presencia responde al instinto del escritor. (L’oïda)
Como escritor nunca me he propuesto resolver ningún
problema del lector—y menos de la humanidad, como querrían algunos filósofos.
No me ha pasado nunca por la cabeza, ni por el teclado
de la máquina, evangelizar a los descreídos.
Ni estimular a los desanimados.
Ni serenar a los excitados.
Ni salvar de la ceguera a los críticos ni deslumbrar a
los lectores normales.
Ni entretener benéficamente a los insomnes.
Ni hacer pensar a los apáticos.
Ni aclarar las ideas a los confusos. (Literatura
curativa?)
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