DECLARACIÓN
DE PRINCIPIOS
Veo en el
cielo
el vuelo
gris de las gaviotas. Pasa
un hombre
solo y mira
sus huellas
en la arena.
La playa es
una escena que no duerme.
En los
versos que trazo, como surcos,
no ondean
las banderas, sólo el hecho
posible de
que un día la semilla
consiga
echar al aire su promesa.
Me importa
este lugar de aquí y de ahora,
un día o
una tarde
de un
verano que estalla en las arenas,
en un
pueblo de mar.
Por eso hablo de manos que sostienen
Por eso hablo de manos que sostienen
un vaso, un
libro…,
de senos,
de miradas, de perfumes
que
limpiamente andamian el poema
entre arenas mojadas, faldas vivas
al alcance
instantáneo del amor.
Todas las ciudades pueden ser
aljibes de
pasión, pozos de sueño
para quien
nace, vive, ama y muere en ellas.
Zamora para
mí tiene ese aire
que
necesita el árbol de mi vida
para mover
sus ramas. Puertollano,
la luz que necesita
el hombre
que me
lleva en su sombra
de padre
enamorado.
Y
Barcelona... Todas tienen
espejos en
sus calles donde vemos
reflejadas,
desnudas, nuestras almas.
Buscamos
tardes, calles vanamente,
y están
ante nosotros
las tardes
y las calles que nos salvan.
Con
nosotros caminan:
las
estatuas, los árboles, las voces,
las glorias
de las luces son latidos,
palabras
que decimos y cantamos.
Sentados en
el bar, frente a la playa,
o amando
entre las sábanas, nos vienen
los
puertos, las arenas,
la espuma y
la alta dicha.
Siempre
digo, con el alma en la mano,
que el
hombre necesita únicamente
tener
siempre presentes
los ases de
su infancia.
Un patio y
unos tiestos,
una noche
con luna como una ancha
sonrisa,
la aventura
en el soto y la caricia
de nuestra
madre puede
traer a
nuestras vidas
la
eternidad un rato.
Hay pétalos
de seda en los jardines
de todas
las mañanas.
La primavera
es dama milagrosa
y multiplica
las rosas
en las tapias. Estar vivo
es darse
cuenta de eso, de que todo
es sencillo
si el corazón lo quiere
y se da a
los demás como un abrazo
o un barrio
que se abre a la añoranza.
La luz jamás desciende, siempre sube,
mana clara
y amiga de las cosas,
de los
muebles, los libros, el espejo,
y lo besa y
lo salva todo, menos
la envidia
del reloj y su intolerancia.
Y hasta la
habitación de la niñez,
vacía y
ahora llena de temores,
se ilumina
de pronto con la luz
de esta
mañana de verano ardiente
en que andamos
a tientas hechos hombres
pero sin
olvidar
jamás
nuestras raíces.
De nada sirve hablar de la ceniza
y de la
patria ahora (ya se encargan
los altos atriles
de las tribunas).
Fieles,
sigamos
la voz del
río firme que en nosotros
recorre la
meseta de los sueños
reflejando
arboledas y regando
sedientas
sementeras.
La primavera
es justa
pedagoga sin castigos
ni premios.
Muestra, exacta,
la entrega
de la luz y de las cosas,
de la
humilde semilla que algún día
podría ser
el pan en nuestra mesa.
Cada uno se mueve con su luz,
con la luz
que le alumbra desde niño.
Hoy, un día
de verano, sólo cuenta
estas voces
que manan libremente
para gritar
la vida en unos versos.
Tossa de
Mar, agosto 2012
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