miércoles, 12 de marzo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

EL CASO DE DANIEL LÓPEZ
Mientras repaso estos detalles en la memoria, irrumpen en ella con inusitada virulencia los relacionados con mi etapa final en el Colegio, sin duda la más nefasta para mí y no sólo por el hecho traumático de haberme visto en la calle con el pretexto pueril que el último director, un hombre blando y redondo como un "donuts", que en vez del agujero en el medio lo llevaba en el cerebro, me planteó en su despacho un negro día de cuyo mes y año no quiero acordarme. El pretexto, tan infantil como sobado, fue que había que sanear económicamente el Colegio, el cual entonces pasaba por una mala racha. Aunque, todo sea dicho, no tuvieron los jerifaltes religiosos del Colegio ningún empacho en desembolsar cantidades astronómicas de dinero para indemnizarnos a los despedidos, que fuimos entonces cerca de una docena de personas, docentes y no docentes, que nos habíamos dejado allí una buena parte de nuestra vida sin pensar jamás que un mal día nos darían una patada en el trasero.
Siempre que recuerdo el detalle doloroso de mi salida del Colegio, me viene a la mente el caso de un alumno de BUP llamado Daniel López. Sucedió que los jerifaltes del Colegio, tan educados y religiosos ellos, modelos por otra parte de moral y rectitud y guardadores de la integridad humana, fueron los primeros en manchar el nombre del Colegio.
En este mundo, mientras vivimos, todos somos pecadores y después, cuando morimos, de repente todos nos convertimos en poco menos que santos. De los pecados de Demetrio Velarde, profesor del Colegio, perteneciente a la Obra y preceptor de Daniel, ya dará cuenta a Dios un día, como todos. Pero hubo uno en especial que por la trascendencia que tuvo sobre la familia de Daniel y el propio chico no puedo pasar por alto. El caso fue que una tarde de finales de curso Demetrio Velarde citó a Daniel y a dos alumnos más de su clase para que se quedaran en el Colegio al acabar el horario escolar. "Ya sabéis, les dijo, que vais mal en Griego, la asignatura que yo os enseño. Pues bien, para que mejoréis en ella quiero proporcionaros algunos trucos didácticos que os vendrán bien para conseguirlo.” Y los chicos se quedaron pensando que algún beneficio sacarían de aquel tiempo extra. Pero a las primeras de cambio Velarde despidió a los compañeros de Daniel pretextando que sólo a éste incumbía la explicación de una parte de la asignatura en la que el chico pasaba verdaderos apuros. Y así quedó la cosa hasta que, pasados unos minutos de repaso y traducción, el profesor propuso al alumno un pequeño respiro dándose unas zambullidas en la piscina privada que poseía el Colegio dentro de su recinto. Velarde preguntó a Daniel si había traído bañador, y como el alumno le respondiera que no, el profesor se prestó a dejarle uno. Por supuesto que Daniel en ningún momento llegó a sospechar lo que le tocaría vivir sólo unos momentos más tarde; así que, confiando en la buena fe de Velarde, que, además de profesor era su preceptor, es decir, la persona encargada de su formación humana y espiritual, se fue con él a la piscina dispuesto a pasar un rato agradable y placentero.
Dentro del agua, profesor y alumno empezaron a salpicarse entre bromas y risas para acto seguido apostar a ver quién llegaba antes nadando al extremo opuesto de la piscina. Hasta ahí todo normal y festivo. Después Demetrio se colgó del trampolín y retó a Daniel a ver si era capaz de hacerle soltarse del trampolín tirando de sus piernas. De momento, forcejeos “inocentes”, nada más. Pero habiendo el profesor dado por terminado el baño, el asunto se salió de madre en las duchas. Y abrevio. El caso fue que Daniel, mientras se duchaba, se encontró con la insoportable sorpresa de ver cómo su preceptor entraba completamente desnudo en su ducha con intenciones que no dejaban lugar a dudas. Porque, a las primeras de cambio y sin mediar palabra, empezó a tocar al muchacho. Éste, verdaderamente asustado, se zafó como pudo de los tocamientos y caricias de su preceptor y logró salir corriendo de las duchas.
Una vez en casa y, temblando como una hoja, les contó a sus padres todo lo sucedido sin omitir detalle. Acabó diciéndoles entre lágrimas que no quería volver al Colegio nunca más. Al día siguiente los padres del chico fueron al centro para poner en conocimiento del Director lo que había hecho Velarde con su hijo y exigirle que pusiera remedio a aquella barbaridad lo antes posible. El Director, a la sazón Francesc de Deus, lo más diplomático que pudo y deseoso de echar tierra al asunto para salvaguardar el prestigio de Sendero, lamentó lo sucedido diciéndoles que algún trastorno mental había padecido Velarde para hacer lo que había hecho. Añadió que todo se resolvería del modo que Daniel saliese reforzado del hecho y que la Junta de Gobierno tomaría cartas en el asunto respecto del profesor porque eso era algo que empañaba la imagen del Colegio. Finalmente, el Director pidió a los padres del muchacho que no se preocuparan más del problema porque todo quedaría solventado en las siguientes horas.
Y así fue. Daniel, más tranquilo, siguió acudiendo al Colegio, y respecto de Demetrio Velarde, su preceptor y profesor de Griego, llegado septiembre y a punto de comenzar un nuevo curso, todos notamos que había desaparecido para siempre. Ni rastro de él había por ningún lado. La versión “oficial” fue que Velarde estaba en una Universidad extranjera realizando un trabajo de investigación relacionado con su especialidad. "¿Qué especialidad?", me pregunto yo a la vista de lo sucedido.

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