martes, 25 de marzo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

LA HISTORIA DE MARIANO VALDOVINOS

El caso de Mariano Valdovinos fue, si cabe, más sangrante y vergonzoso, y eso que "Vale", mote que le pusimos los más cercanos. Valdovinos solía concluir las conversaciones con un “¡Vale!” categórico, que lo mismo podía significar que estaba de acuerdo con lo que su interlocutor había dicho que todo lo contrario. Antes que nada conviene decir que pertenecía a la Obra, aunque en lo profesional se comportaba como uno de nosotros; es decir, tan sólo se preocupaba de atender a cuanto tuviera que ver con la labor docente, intentando hacerlo lo mejor posible y siempre en beneficio de la formación integral del alumno. Mariano era madrileño, pero vino a vivir a Barcelona cuando se hizo de la Obra. Vivía en una casa- residencia que los religiosos tenían en Sarriá.
En los últimos años sesenta coincidió conmigo en la Universidad Central y tuvo los mismos profesores que yo: Castro Calvo, Blecua, Badía Margarit, Martín de Riquer... A veces Mariano iba a estudiar a casa, y mi madre preparaba la merienda para los dos, y otras era yo quien acudía a la residencia de la Obra donde se alojaba Mariano para estudiar en la biblioteca, silenciosa y bien dotada, de la casa hasta la hora de la merienda, que tenía lugar en el comedor refrigerado de la residencia, donde pasaban por una barra común para recoger en una bandeja el refrigerio, igual que haríamos algún tiempo después, ya como profesores, en el Colegio.
Yo había entrado a trabajar allí un par de años antes que Vale y, aunque pasaron unos cuantos en que todo rodó de modo favorable para los dos, pronto, con los cambios producidos en las Secciones pedagógicas primero y luego en las de las altas esferas de la Dirección, empezaron a pasar las cosas que, finalmente, provocarían la marcha del Colegio de Mariano, bastante tocado física y psicológicamente, y algunos años más tarde la mía. Es verdad que el carácter de "Vale", abierto y algo crítico respecto del funcionamiento del Colegio, lo mantuvo siempre lejos de la consideración de los jerifaltes. Pero es que además la soberbia y la rigidez de miras de la Obra o de quienes, pertenecientes a la Obra, llevaban las riendas del Colegio, no estuvieron nunca por la labor inteligente de intentar limar las diferencias, y menos con quien, siendo uno de ellos, continuamente se le veía hablar amigablemente con los profesores que no eran de la Obra. Mariano era muy ordenado y celoso con sus pertenencias, tanto que si alguien osaba abrir alguno de los cajones de su mesa en busca de alguna cosa, se encontraba con una nota suya que decía: “No tengas tantas iniciativas”. En las estanterías comunes solía colocar los tebeos y los cómics que adquiría por poco precio en los puestos del Mercadillo de Libros de San Antonio, y llegó a tener tantos, que sus compañeros de despacho apenas disponían de espacio para dejar sus pertenencias. Ese era su principal aunque pequeño defectillo. Poseía además otros rasgos distintivos. Jugaba muy bien a baloncesto y era un hincha incondicional de los Estudiantes. Cada lunes traía el Marca y lo dejaba abierto y con el título bien visible sobre la mesa para que Jordi Puig, otro compañero de despacho, viera que también en Madrid había buenos equipos de baloncesto y que no todo iba a ser hablar del Barça o del Joventut de Badalona.
Otra cosa que solía hacer "Vale" y que para nada gustaba a los jerifaltes del Colegio era ir de despacho en despacho para averiguar el descontento que reinaba entre los profesores sobre los horarios de clases, las sustituciones, las salidas culturales, los retiros.... Los de la Junta de Gobierno siempre creyeron que iba a meter cizaña entre el profesorado para ponerlo en contra de los intereses de la Obra.
La cuestión es que de repente la vida de Mariano Valdovinos empezó a convertirse en un calvario. A "Vale" le gustaba con locura acompañar a los alumnos en las competiciones deportivas que tenían lugar fuera del Colegio y hasta hubo un tiempo en que llevaba con orgullo el nombre de Director Deportivo Escolar. Pues bien, al poco tiempo, con el ingenuo pretexto de haber fichado a dos profesores argentinos deportistas para realizar las clases de Educación Física del Colegio, los jerifaltes se sacaron de la manga una nueva norma según la cual los profesores de Gimnasia debían respetar la cláusula del contrato laboral de vigilar y acompañar a los alumnos en sus desplazamientos deportivos, y así fue como, solapadamente, retiraron a Mariano de su cargo y de su responsabilidad deportiva.
Luego hicieron lo mismo con la actividad de Caligrafía, Cerámica y Cartas al Periódico que con tanto celo llevaba a cabo "Vale". Una a una se las fueron retirando con pretextos peregrinos. Le dijeron que todas esas actividades quitaba a los chicos gran parte del tiempo que debían dedicar a las asignaturas, que el nombre del Colegio no debía involucrarse en actividades que nada tenían que ver con el plan de estudios o que, ya en el colmo de lo absurdo, había ciertas fases del proceso de la actividad que ponían en peligro la vida de los chicos, como en el caso de la Cerámica, que tenían que manipular un horno de elevadísimas temperaturas donde cada semana cocían los azulejos trabajados en la Actividad. Un infundio total, porque el horno de Sendero llevaba mucho tiempo fuera de uso y era el mismo Mariano quien se cuidaba de llevar los azulejos a una ladrillería de San Cugat cada dos meses para que fueran cocidos en los hornos por profesionales empleados allí.
Todo el mundo que tenía dos dedos de frente se dio cuenta enseguida de que se había iniciado en el Colegio la caza abierta y sin cuartel del pobre "Vale". Por entonces éste acababa de descubrir que, igual que ocurría con otros profesores, los jerifaltes de la Gerencia del Colegio habían dejado de cotizar por él a la Seguridad Social varios años ( con el tiempo se descubrió que no había sido Mariano el único; yo mismo fui uno de ellos). Así pues, francamente decepcionado por el trato discriminatorio de que estaba siendo objeto, fue a hablar varias veces con autoridades de la Obra, que tenían su sede en Barcelona, para exponer su caso; pero nunca logró nada positivo de ninguna de esas entrevistas. Entonces comprendió (como muchos de nosotros) que lo que de verdad querían era que se fuera del Colegio. Y francamente desmejorado por el “mobbing” al que lo habían sometido durante años y también por una enfermedad que venía rondándole desde algún tiempo atrás, envió una solicitud de trabajo a una Escuela Normal de Toledo al tiempo que se despedía de los más allegados. Como es lógico también se despidió de mí y me conmovió mucho el modo como lo hizo, y más sabiendo que nuestra amistad desde los años de estudiante se había ido fortaleciendo con el paso de los años. Asimismo me gustó ayudarle a realizar una Memoria Educativa para hacerle más fácil el ingreso en su nuevo trabajo.
Y en efecto, logró una plaza de profesor ayudante en la Escuela Normal de Toledo, y noticias de su labor educativa fueron llegando al Colegio por vías que nada tenían que ver con la Obra, la cual parecía haberlo borrado del mapa. Yo me escribía con él por Navidades y luego les contaba a los demás cosas de "Vale" que tenían que ver con las clases que él impartía basándose en tebeos y cómics.
Pero de repente, sus noticias dejaron de llegar, hasta que pasado un tiempo empezó a correr el rumor de que Mariano estaba muy enfermo, que había sido operado de un cáncer de vejiga y que estaba en las últimas. A los más amigos nos costaba reaccionar ante tales mazazos, hasta que recibí también de repente, una felicitación de Navidad del propio Mariano. Era un folio amarillo doblado dos veces por la mitad; en la octavilla que hacía de portada venía escrito a mano un villancico de Lope de Vega con aquella letra magistral que tenía Vale:
“Mañanicas floridas
del frío invierno
recordad a mi Niño
que duerme al suelo.
Mañanicas dichosas
del frío diciembre,
aunque el cielo os siembre
de flores y rosas,
pues sois rigurosas
y Dios es tierno,
recordad a mi Niño
que duerme al suelo.”
Y al desplegar el papel, me topé con estas líneas, también del remitente, pero escritas con rasgos nerviosos o precipitados: “Querido Sebastián: muchas felicidades por todo: tu poema, la Navidad y el Año Nuevo. Ya me contarás. Estoy mejor, pero reza. Un fuerte abrazo y recuerdos a toda la familia. Mariano”. Después pasaron unos meses sin tener noticias suyas hasta que me envió una carta entrañable, muy humana, llena de cariño y premoniciones dolorosas. La conservo como oro en paño. En ella me decía: “Querido Sebastián: Ahora estoy como un niño, con muy pocas defensas y tomando hierro a mantas... Pero después de la segunda operación el médico me dijo que el cáncer es curable. Mi cáncer de vejiga es curable. Hace días no lo era con certeza. Es más, me dieron un día, dos, tres... y yo tragaba saliva y miraba el crucifijo. Ya me había confesado de toda la vida y, la verdad, me iba feliz arriba. Pero debo ser todavía mejor, no estoy preparado. Me ha escrito la mano derecha de la Máxima Autoridad una carta preciosa animándome mucho. Del Colegio sólo me ha escrito Jesús Pérez y tú. José y Aurelio me telefonearon... Familias y niños, no te puedes imaginar; la última estancia en Pamplona recibí más de trescientas visitas, casi todas de la Obra y del Colegio. La gente te manda muchos recuerdos. Enrique Santos me vino también a ver y me tocó con el “oscurinete”, como tú lo llamas, la famosa “Pequeña flor”. Y las llamadas de Toledo y sus cartas son para escribir un libro. Son gente muy sencilla (como nosotros) y cualquier detalle que tienes con los profesores o con los alumnos ellos se vuelcan. Estoy muy contento, de verdad. He conocido a un poeta, como tú y Espejo, y cada día viene a darme la cena. Bueno, no llores, yo me lo he tomado como un regalo de Dios: soy muy enchufado y cada vez que quito un lazo del envoltorio sale un olor (perfume divino), el “bonus odor Christi”. El Señor me cambiará hasta el carácter. Tú aprovecha para ponerte en orden si tienes necesidad y ayúdame a dar gracias a Dios. Se me ocurre, me haría ilusión, me hicieses unos versos, pero para enmarcar. Cabañas me ha mandado unos dibujos de los suyos. Me llama también mucho. Bueno, ¿cómo van tus obras? Ahora que te has quedado sin secretario, no sé qué harás. Da recuerdos a Nati y a tu hijo. Me parece que le gustaban mucho mis clases de Literatura. A quien encontré en Madrid fue a don Zacarías Caballero en un curso de Retiro. Bueno, me parece que ya te lo ponía en Navidades. No tengo mucha fuerza y la letra no me sale bien. Perdona. Reza por mí y recibe un fuerte abrazo de tu amigo que nunca te olvida, Vale.”
Recuerdo que lloré y también recuerdo que con el tiempo se me olvidó mandarle los versos que me pedía. ¡Vaya ingratitud la mía! Recuerdo lo de “secretario” con lágrimas en los ojos. Mariano fue quien en una sola tarde, la tarde de una Fiesta Deportiva en el Colegio, vendió cien ejemplares de un libro mío de poesía entre los padres y familiares de alumnos nuestros.
Y después otro tiempo de silencio, hasta llegar el momento que todos nos temíamos. El pobre "Vale" murió un verano en el Hospital de la Universidad de Navarra, tras una dolorosa recaída.
La misa de funeral por su alma se celebró por todo lo alto en el oratorio nuevo del Colegio, recién inaugurado, lo mismo que el nuevo Pabellón, el que estrenamos, entre otros, Antonio y yo para decirle adiós al año siguiente, antes de haberme acostumbrado a aquella luz de jardines y rosas que entraba impetuosa por los grandes ventanales. Recuerdo que yo le decía al "Extremeño" medio en broma medio en serio que aquel Pabellón sería nuestro Panteón, y acerté. A lo que iba, la misa por "Vale" se realizó con todo fasto y solemnidad, y la homilía del director espiritual del Colegio trató de realzar la figura de Mariano Valdovinos como profesor y como persona, siempre atento a echar una mano a quien la necesitara. Mientras el cura hablaba, la mirada de Antonio se cruzaba con la mía y una clara complicidad nacía de las dos. Y cuando la misa terminó, avergonzado por lo que estaba viviendo en medio de tanta hipocresía, no pude evitar que una lágrima rebelde se me escurriera mejilla abajo, y salí despacio hacia los jardines pensando que lo que ocurre en la tierra nada tiene que ver con lo que Dios designó para ella, si es que hay Dios, que sí tiene que haberlo porque personas como Mariano necesitan que haya justicia en algún sitio aunque sea allá arriba. En la puerta noté un toque en el hombro. Era Francesc de Deus, el director que coincidió con la peor época de "Vale" y acosó laboralmente al "Extremeño". Me dijo aparentemente afectado:
“Ése era nuestro amigo. Creo que Mariano está en estos momentos en el cielo. Ahora más que nunca necesitamos acordarnos de él para que nos ayude a los que seguimos aquí abajo.”
Le miré a los ojos, hice un esfuerzo considerable para aceptar estrecharle la mano que me ofrecía y le contesté destacando con intención ciertas palabras:
“ Nuestro amigo está en el cielo sin duda y sin duda nos ayudará aunque algunos de nosotros no lo hiciéramos como debimos cuando estuvo aquí abajo.”
El personaje se despidió de mí y yo esperé a que llegara a mi altura José Santamaría.
“¿Qué te ha dicho ése?, me preguntó.
“¿Qué me va a decir? Una muestra más de la hipocresía que tiene esta gente”, le contesté, sabiendo que me había quedado corto.

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