sábado, 15 de marzo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

EL EXTREMEÑO

Vuelvo a la época en que el último director del Colegio, Iñigo Tajada, decidió sanear la economía del Colegio rescindiendo una docena de contratos de profesores con más de veinte años de antigüedad, entre los que me contaba yo. Y lo hago porque relacionado con mi caso estaba el de Antonio de Pedro, a quien apodé el "Extremeño" por dos motivos principales: uno era que había nacido en un pueblo de Badajoz, y el otro porque recitaba como nadie el “Cristu Benditu” de Gabriel y Galán. La cuestión es que, aunque salió conmigo el mismo año del Colegio, ya las había tenido con el director precedente, Francesc de Deus. Éste le amargó la vida sistemáticamente esperando que mi amigo se viniera abajo, y lo hizo de la forma más rastrera: retirándole de golpe y sin previo aviso las clases de su horario y confinándole, a cambio, en la biblioteca. El motivo se debía, según los rumores que corrían entre el profesorado, a que el "Extremeño" había hecho en clase una referencia “excesivamente ligera” (expresión empleada por la Junta de Gobierno) al Monseñor de la Obra.
El caso fue que Antonio no se amilanó; al contrario, con los huevos bien puestos, aguantó la situación con más entereza que los propios jerifaltes del Colegio, los cuales, ante los visos que tomaban las cosas y viendo que aquella discriminación laboral estaba empezando a estar en boca de todos, no tuvieron otro remedio que devolverle las clases. Claro que eso sólo duró un curso más, hasta que el nuevo director, Iñigo Tajada, como ya he dicho, lo incluyera en su plan de saneamiento económico.
Menos mal que, al poco tiempo ambos estábamos enseñando en la Escuela Pública, Antonio ocupando una plaza de maestro que había mantenido reservada en secreto en condición de excedencia desde antes de su ingreso en el Colegio, y yo, tras aprobar las oposiciones a profesores de secundaria. Desde entonces no hemos dejado de vernos en amigables tertulias con otros profesores que aún permanecen trabajando en el Colegio, como Aurelio Marqués o José Santamaría. Sin embargo, la amistad entre el "Extremeño" y yo, desde el momento en que dejamos el Colegio, se fortaleció de manera muy clara y, consiguientemente, nos seguimos viendo con más asiduidad que con el resto del grupo.
“Fue una gran putada", me dijo en una de esas reuniones, "la que me hicieron aquellos cabronazos mandándome a la biblioteca (Animus meminisse horret). Recuerdo muy bien los detalles o la conversación que mantuve con Francisco Deus (Ab uno disce omnes). Esa conversación no tiene desperdicio, créeme. ¿Y las visitas que me hacíais algunos de mis amigos a la biblioteca para darme ánimos en contraste con el desaire de otros que hasta entonces consideraba mis amigos (Donec eris felix, multos numerabis amicos) y que no dieron señales de vida mientras permanecí confinado entre aquellas cuatro paredes silenciosas y aburridas? Para un libro.”
Le recordé cómo había funcionado el Colegio hasta el momento en que se hicieron cargo los inexpertos de la Obra de las diversas Secciones.
“Eso fue el principio del caos”, me dijo: “el haberse deshecho de la gente que valía pedagógicamente hablando, como tú muy bien sabes. Y no te digo nada de los retiros espirituales de los chicos y los de los profesores”.
Tenía razón. Sólo contar lo que algunos de nosotros presenciamos, acompañando a los chicos a la Casa del Bosque, abarcaría un buen fajo de folios.
"Me gustan los romances satíricos que les dedicaste.
“¡Qué bien os va el carnaval
disfrazados de sotana:
en una mano el misal
y en la otra la guadaña”.
Cuando el "Extremeño" se ponía a hablar, no paraba y parecía recobrar nuevas fuerzas cuando hablaba de sus fallos, los de ellos, los jerifaltes del Colegio.
“Sus dos grandes pecados”, empezó diciendo, “son los del pito y la soberbia; del primero conocemos varios casos que hicieron temblar los ladrillos de los Pabellones del Colegio, y del segundo podríamos estar hablando durante horas. En cuanto a las fiestas y las tertulias preparadas con el Monseñor, los retiros... ¿Te acuerdas del que hicimos los profesores veteranos al Maresme? La voz del cura resonando en la sombra del oratorio mientras las tripas de José Santamaría crujían por el hambre. “No hay que ser soberbios”, atronaba la voz del sacerdote, “sino más humildes que las flores del campo”. ¡Hay que joderse! ¡Ellos exigiendo humildad!
Yo le dejaba hablar. Sabía de sobra que el "Extremeño" hablaba explayándose en largas intervenciones y, de interrumpirlo, nada habría conseguido sino alargar más su perorata. Lo mejor era dejarle hablar hasta que, como los cetáceos, se tomase un descanso para salir a la superficie del diálogo para respirar. Y eso ocurría cuando se ponía a contar chistes. Como cerezas enganchadas los contaba uno tras otro, asociados por temas o por tonos. Sólo sobre sexo sabía más de mil.

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