miércoles, 19 de marzo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

UN CASO DE "MOBBING"

Antonio de Pedro había llegado al Colegio un año antes que yo, dos antes que Aurelio Marqués y tres antes que José Santamaría. Venía de la Enseñanza Pública, como ya he dicho; acababa de sacar el número uno de las oposiciones a Maestro y había estado enseñando en una escuela unitaria de Mérida. A Barcelona vino ya casado con Mari, una malagueña de casta y maestra como él. Después tuvieron tres hijos, un niño y dos niñas.
Al principio y durante varios años Antonio se encargó de gestionar las admisiones de nuevos alumnos y después fue Jefe de Sección de los pequeños un montón de años. Pero con el tiempo pasó a ser sólo profesor y encargado de curso de Bachillerato. Enseñaba Latín y, mientras hablaba, gustaba salpicar su charla con frases y sentencias en la lengua muerta de los antiguos romanos. Durante los primeros años del Colegio todo parecía sonreírle, pero con el cambio experimentado por el Colegio a finales de los ochenta, en que los puestos de responsabilidad académica recayeron también en manos de los "religiosos", la gracia del principio se trocó en imparable desgracia, y con el penúltimo director lo pasó tan mal, que sus compañeros más cercanos pensamos que acabaría por arrojar la toalla ante la clara intención de los jerifaltes de ponerlo de patitas en la calle. “Sustine et Abstine” (Soporta y abstente).
Al poco tiempo de ocurrir los hechos, en una de esas reuniones mantenidas en casa del "Extremeño", durante las cuales salían a relucir con bastante frecuencia las lindezas del Colegio, me dijo que no había un día en que los diarios españoles no hablaran de un caso de “mobbing” como el suyo. Añadió que en algún sitio guardaba un recorte del periódico sobre eso y que en cuanto lo localizara me lo enviaría por correo. "En mi caso, dijo, lo mismo que en los de trabajadores acosados en sus respectivos lugares de trabajo, se daban las cuatro etapas de que se hablaba en dicho recorte: cambio repentino en la relación hasta el momento considerada neutra o positiva; “mobbing”, propiamente dicho, con ataques de los superiores dirigidos a ofender la reputación de la víctima, mediante calumnias, exposición al ridículo, negación de la comunicación, etc.; conocimiento del caso por parte del resto del personal, que descalifican a la víctima argumentando que la culpa de todo la tiene su personalidad; aislamiento de esta última, que pasa a un periodo de malestar general o alteración de su equilibrio personal, social y psicológico".
Y esa misma semana recibí por correo un sobre remitido por mi amigo. Dentro, junto a una fotocopia del recorte del periódico, venía una nota manuscrita del "Extremeño".
“Amigo Sebastián: tal como te prometí te envío fotocopia del estudio que te comenté en casa. Cuando lo repaso me sobrecoge comprobar las coincidencias que se dan, muchas, con mi caso así como en el de nuestro pobre amigo Mariano Valdovinos. Ya pasó todo y “bien está lo que bien acaba”, salvo para nuestro pobre “Vale”, aunque pienso que donde esté también estará bien. Me gustaría que me lo comentases. Un abrazo. Antonio.”
El estudio del periódico llevaba el título "La lenta y silenciosa alternativa al despido" y el desolador subtítulo “750.000 empleados son víctimas en España del ‘acoso moral’ en el trabajo, una estrategia intimidatoria muy extendida en la Administración pública”. Debajo de ambos una fotografía harto elocuente: un empleado vigilado de cerca por otra persona que sin duda debe de ser su jefe, con el pie “El acoso moral en el trabajo es especialmente frecuente en la Administración pública” Y alrededor de la ilustración, en las columnas impresas se cuenta en primer lugar el caso de una mujer de 37 años que, tras llevar trabajando diez años como secretaria de alta dirección, fue relegada poco a poco de sus funciones con el cambio de jefa, para acabar perdiendo la comunicación con su entorno en un clima de desdén. Nunca recibió de su jefa ninguna explicación, y habiendo recurrido a un psicólogo, fue diagnosticada de estrés postraumático, que es el propio de personas que han sufrido una gran catástrofe, violación o graves accidentes, y dada de baja. A los nueve meses consiguió un despido improcedente. Todavía, tres años después de aquello, no se ha recuperado. Las columnas siguen hablando del acoso moral, que los británicos denominan “mobbing” y los norteamericanos “bullyng, que significa “intimidación” o “psicoterror”. Luego proporcionan datos del fenómeno, que no es ninguna rareza. Por ejemplo: 13 millones de trabajadores de Finlandia, Reino Unido, Países Bajos, Suecia, Bélgica, Portugal, Italia y España han sido víctimas de él en el último año (2001, en el estudio). En España, el “mobbing” afecta a 750.000 trabajadores. En cuanto a la táctica, en líneas generales, consiste en ir desgastando psicológicamente al empleado hasta conseguir que se autoexcluya, técnica de intimidación propia de empresas que no quieren o no pueden proceder al despido. También se cuenta el caso de un hombre, ingeniero de telecomunicaciones, de 29 años, cuya autoestima, después de ser sometido a esa terrible técnica de intimidación en su empresa, se abatió de tal modo que se refugió en el alcohol y acabó siendo rechazado por su novia. Cuando logró cambiar de empresa su antiguo jefe telefoneó al nuevo acusándole de una falta que no había cometido y no logró superar el periodo de prueba. Cuatro años después de aquello continúa en paro aquejado de un síndrome de fatiga crónica que le impide cualquier actividad laboral. El resto de la página lo ocupan dos apuntes más: uno, sobre las cuatro etapas en que se basa el proceso del “mobbing” y la recomendación del doctor alemán que mejor ha estudiado el acoso moral en el trabajo, Heinz Leyman, para salir del problema, basada entre otras cosas en reclamar la consideración del entorno, buscar apoyo en la familia y recurrir a la ayuda de un psicólogo. El otro apunte estudia los perfiles de la víctima y del hostigador. La primera reúne, entre otras características, las siguientes: recto, justo, independiente y con iniciativa, muy capacitado profesionalmente, popular entre sus compañeros y sensible con el sufrimiento ajeno. El hostigador, en cambio, no tiene sentido de la culpabilidad, responde a una personalidad psicopática, es cobarde, mentiroso compulsivo y suele ser mediocre profesionalmente, entre otros rasgos, y necesita tres factores para poder actuar: el secreto, la vergüenza de la víctima y los testigos mudos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario