miércoles, 25 de junio de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

LA ACTITUD DE OCTAVIO TAPIA

Cuando pienso en todo aquello ahora, me parece haber salido, no ya de una pesadilla pegajosa y destructiva, sino de un túnel que parecía no tener final, como uno de aquellos suplicios que dicen que hay en el infierno, me parece que es Papini en su Libro negro quien lo asegura; dice que el peor suplicio para los soberbios y vanidosos del infierno es situarlos en un túnel interminable y hacerlos andar por él alardeando de lo bien que han hecho las cosas durante la vida pero sin público que los vea. Me imagino vagando por él a Francisco Molinos, hablando y hablando de cómo deben hacerse las cosas poniéndose a sí mismo como ejemplo.
Recuerdo que la tarde que fuimos a ver a Aurelio al Hospital, vi salir del edificio camino del aparcamiento a Tejada y a Molinos, tal para cual, y lo primero que me vino a la cabeza fue acercarme a ellos y decirles cuatro cosas. Pero inmediatamente desistí al pensar en el dicho: “Vale más no remover la mierda”. Sólo el masoquismo podría ahora resucitar aquel solar de muertos al que esos dos pertenecen.
Pero aquella tarde me esperaba en la planta de Cuidados Intensivos otra sorpresa. Allí estaban Octavio Tapia y su mujer Marisol, ambos miembros de la Obra y él, profesor del Colegio desde sus inicios. Estaban hablando con la hija mayor de Aurelio. Les saludamos y oímos de boca de la chica lo que le había pasado a su padre, el partido de tenis, el dolor del pecho, la cerveza fría y el posterior empeoramiento e ingreso en el Hospital a toda prisa. Luego añadió que, gracias a Dios, el amago de infarto que había sufrido su padre había quedado sólo en un susto
Octavio Tapia, después de alegrarse por la ligera mejoría de Aurelio, se despidió cogiendo la mano a las señoras por la punta de los dedos e inclinándose como para besárselas, costumbre arraigada entre los miembros varones de la Obra.
“Como la cosa parece salir a petición de nuestros rezos”, dijo, “nos vamos más contentos. Tenednos al corriente, ¿eh? Hasta la vista. Ah, y a ti, Sebastián, te veo muy bien. Se ve que la Pública no es tan mala como dicen. Ya hablaremos en otra circunstancia más serena. Os tendremos a todos en nuestras oraciones, ¿verdad, Marisol?”
La aludida sonrió de oreja a oreja mientras asentía con la cabeza y luego los dos desaparecieron en el hueco del ascensor como dos habitantes del pasado. Por lo menos eso me pareció a mí, que en cuanto vi que la puerta del ascensor se cerraba tras ellos, susurré al oído de Nati:
“Por mucho que quiera regresar el tiempo ido, para mí será como esa puerta de ascensor.”
Octavio Tapia había sido mayor siempre. Esa era la impresión que causaba a quien se encontrara con él por primera vez. Destacaban en él tres rasgos inconfundibles: primero, su cabeza, grande y cuadrada con el pelo blanco como la nieve y en la que el rostro, moreno y surcado de arrugas, destacaba notablemente; después, sus curtidas y enormes manos, que más bien parecían propias de un trabajador de la construcción; y, finalmente, su andar reposado y seguro, como de emperador romano, haciendo, así, honor a su nombre. Era natural de Toledo, donde se había hecho miembro de la Obra, junto con su mujer, y Maestro Nacional. Vino al Colegio para ocupar un cargo importante en la sección de Preelemental, que era el curso de los alumnos más pequeños, y enseguida mostró sus dotes de persona aquiescente a todo cuanto afirmaran sus correligionarios, dispuesta a aceptar de buen grado cuantas sugerencias vinieran de ellos. Pronto vimos los que no pertenecíamos a la Obra que Octavio Tapia era el hincha más incondicional del Director de turno. Durante las reuniones a que asistíamos todos los profesores del Colegio en la Biblioteca los sábados obligados, podía verse a Octavio en la primera fila dando cabezadas ante las afirmaciones del Director, y no de sueño, como cualquiera de las últimas filas podría haber supuesto al ver su hermosa cabeza blanca ejecutando peligrosas reverencias, sino de ferviente asentimiento. Sin duda, de entre todos los profesores del Colegio, los gerifaltes lo eligieron a él para que formulara la pregunta al Monseñor cuando pasó por el Colegio en su memorable tertulia. Octavio era la persona idónea. Correcta, plana y sin inquietudes intelectuales. Por enésima vez, lo de pensar por cuenta propia y tener preocupaciones mentales, está terminantemente prohibido en la Obra, así como mostrar el menor atisbo de sentimiento noble y libre que pueda distanciar a su propietario del redil común, cuyo gobierno exclusivamente corresponde al Monseñor. Así pues, Octavio aceptaba sin rechistar las órdenes de sus superiores, órdenes disfrazadas siempre de insinuaciones correctas y sugerencias amables.
Una de las cosas más importantes que han ocurrido en la vida de Tapia fue que en el edificio donde estuvo viviendo un tiempo en Barcelona allá por los años setenta (luego se trasladaría a Cerdanyola, localidad próxima al Colegio) la banda terrorista ETA colocó una bomba. El susto que se llevó fue de lo que no se olvida nunca. Toda la noche la familia Tapia se vio obligada a pasar la noche en un hotel del Ensanche. Con el tiempo Octavio decía de aquella barbaridad que Dios lo había elegido a él para vivirla sin que, gracias también a Dios, perdiera la vida porque seguramente se la reservaba para efectuar empresas mayores.
Octavio Tapia y Aurelio Marqués, aunque han tenido algunas diferencias, siempre han hecho buenas migas y hasta hicieron juntos el viaje a Madrid para ver a Juan Pablo II en la visita que el Sumo Pontífice realizó a España. Pero las desavenencias entre ambos son vox populi en el Colegio. Una de ellas, seguramente la que más duró, surgió a raíz de una charla que en el café del comedor de profesores mantenía un grupo en el que se encontraban los dos. Eran ya los finales del curso y la hora de sacar balance estaba en los ánimos de todos. De pronto Octavio dijo:
“De todos modos he de aceptar que durante este curso no me he cansado tanto como otros.”
Entonces, el "Árbitro", ni corto ni perezoso, le soltó:
“¡Nos ha jodido mayo con sus flores! Si hubieras dado la mitad de clases que figuran en mi horario, no dirías eso.”
Aún continúa Octavio Tapia en el Colegio y, según Aurelio, con el mismo régimen de dedicación de siempre. Preceptor, miembro de la Obra, cuatro clases y muchas horas de reuniones y charlas espirituales.

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