En un viaje a Lanzarote, paseando por la playa que
había enfrente del hotel, encontré semienterrada en la arena una piedra de
apariencia extraña. Era negra, de lava y, con todos mis respetos, parecía un
excremento. Yo sabía que Lanzarote había tenido un origen volcánico y que en la
mayor parte de la isla podían contemplarse huellas abundantes de las erupciones
de otro tiempo, como en Timanfaya, sin ir más lejos, por donde unos días atrás
habíamos estado caminando a lomos de dromedarios. La cuestión es que el
hallazgo de aquella piedra negra junto al mismo oleaje del Atlántico llenó mi
mente de inocentes divagaciones, una de las cuales, la más peregrina, fue que
podía ser una mierda del Diablo y que tenía poderes benéficos para quien la
poseyera y maléficos contra cualquier enemigo que se tuviera. Pero la cosa
acabó ahí. Al volver el hotel metí la piedra en el fondo de la maleta y me
olvidé de ella completamente.
Al regresar del viaje a Barcelona y deshacer la
maleta, volví a encontrarme la piedra negra y, recordando aquel día de la playa
de Lanzarote, me puse a escribir primero unos versos nostálgicos sobre el viaje
recién emprendido y luego un párrafo con tintes misteriosos sobre la mierda del
Diablo; pero luego unos y otro quedaron en meros borradores de un poema y un
relato de imposible conclusión. Así pues, deposité la piedra de lava junto con
otros recuerdos de otros viajes en la vitrina de la buhardilla y nuevo olvido.
Hasta que hace unos días estuvo en casa de visita un
escritor que había conocido en la tertulia del Ateneo de Barcelona y que es
oriundo de un país centroamericano y aficionado al vudú y a las artes mágicas.
En cuanto le enseñé los fetiches de mis viajes y descubrió la piedra negra, la
cogió con respeto y me preguntó si sabía cómo manejarla. Me extrañaron sus
palabras y me dijo que la piedra de lava negra, sabiamente manejada, podía reportarme
bienes infinitos y protegerme contra maleficios exteriores. Sonreí, pero él,
poniéndose repentinamente serio, me pidió que nunca me burlara de las cosas
sobrenaturales pues se podían volver contra mí. A medias convencido, le pedí
que me explicara cómo podía sacar provecho de la piedra de Lanzarote. Me pidió
que le jurara que no me iba a burlar de lo que me diría y se lo juré.
--Lo primero que tienes que hacer es dejarla tres
noches seguidas al sereno. Luego envolverla en un trapo rojo durante otras tres
noches y las tres siguientes en un trapo negro. Tanto uno como otro deben salir
de la manga derecha ropa sin usar. A la décima noche, envuelta en el trapo
negro, llevarás la piedra al cementerio más cercano y la enterrarás al pie de
una tumba con cruz de madera. Allí permanecerá tres noches más. Al día
siguiente, nada más amanecer, la desenterrarás y la traerás nuevamente a casa.
Una vez desenvuelta de su trapo negro, la volverás a cubrir con el trapo rojo
primero, y durante tres noches seguidas, empezando por la de ese mismo día,
dormirás con ella bajo la almohada. Si alguna noche te despiertas antes de las
tres de la madrugada, esa noche no cuenta. Sin embargo, antes de acostarte la
noche que hace la número quince, debes poner el despertador a las seis de la
mañana, hora en que te levantarás, cogerás la piedra y con ella bajarás al
jardín. He visto antes que tienes un níspero en flor. De otro modo estos
preparativos no tendrían ningún efecto. Me refiero a que se necesita un níspero
en flor para que el sortilegio cobre su completo poder. Bien, como tú dispones
del árbol en cuestión, sigo. Con la piedra de lava bajas al jardín y la
depositas al pie del níspero una vez que la has desembarazado del trapo rojo y
cuelgas éste de la rama más baja del árbol. Tres noches más al sereno bajo el
níspero y tu piedra estará llena de poder. Y todo él a tu servicio.
Debo confesar que ya a la mitad de sus recomendaciones
me había perdido, y no hacía más que mirar a aquella piedra de lava negra que
me había traído del último viaje a Lanzarote y que más bien me parecía, como la
primera vez que la vi, una mierda del Diablo.
--¿Te has quedado con todo?—me preguntó y oí la voz de
mi visitante como proveniente del Más Allá.
Le mentí y le dije que sí, aunque prefería que se quedara
él con la piedra y la hiciera servir en su propio beneficio, y así se lo dije.
--No puedo. Estos talismanes sólo sirven si los
encuentras o los robas.
--Eso es fácil—le dije--. Me giro un momento y te
guardas la piedra en el bolsillo. Así me la habrás robado.
--Te dije que de estas cosas no debías burlarte.
Y, sin detenerse un minuto más, se fue de mi casa.
No lo he vuelto a ver más por la tertulia del Ateneo.
En cuanto a mí, debo decir que no seguí sus
instrucciones. Pero juro que desde que tengo la piedra en casa las cosas me van
muy bien. Me he casado hace poco y espero un hijo. Me han subido de categoría y
sueldo en la empresa donde trabajo y he conseguido un par de premios
sustanciosos en el mundo de la literatura. Para remate de todo, debo añadir que
acabo de empezar un ciclo de conferencias sobre el poder de las piedras en la
literatura y la vida real y me va estupendamente. Tanto es así que hay un par
de editoriales que quieren que publique en ellas el fruto de mis conferencias.
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