BENI Y EL DIABLO
1.
Lo dijo tal
cual, en medio del botellón, a unos cuantos amigos que hacían broma sobre lo
divino y lo humano, sin dejar de abrazar sus respectivas litronas (corría la
madrugada del 22 de diciembre):
--Y ahora que
estamos al borde del pedo más descomunal, hablemos de cosas terroríficas.
No tenía más de
dieciséis o diecisiete años. Era moreno, bajito y delgado, pero bebía como un
cosaco. De ahí que sus acompañantes, de parecida edad, no le tomaran en serio.
Y le siguieron la corriente.
--Cuenta,
cuenta—le jalearon--; a ver si logras meternos miedo.
Entonces el
chico dijo sin inmutarse:
--Yo conozco el
modo de ver al Diablo.
Todos soltaron a
la vez una carcajada, todos menos Beni, un muchacho bastante sensible, que,
impresionado verdaderamente, le pidió que le contara esa manera de ver al
Diablo.
Tras cruzarse los
dos una mirada cómplice, el chico moreno accedió diciendo:
--El procedimiento
que hay que seguir es el siguiente: pasado mañana, Nochebuena, justamente a
medianoche, el Diablo recorre el mundo para inspeccionarlo. Ese es el único momento del año en que lo hace; así
que si uno desea verlo, ha de ser a esa hora, ni antes ni después.
Un chistoso del
grupo le dijo con sorna:
--Yo quiero
verlo la próxima Nochebuena. ¿Qué tengo que hacer y dónde?
--El chico
moreno lo miró fijamente a los ojos y le contestó:
--Tú, nada,
porque no crees en eso.
Intervinieron
todos a la vez:
--Yo sí creo, yo
si creo, yo sí creo…
--¡Bah!, ninguno
se está tomando en serio mis palabras. Dejémoslo.
Beni le tocó el
brazo.
--No les hagas
caso. El alcohol les hace desvariar. Yo, en cambio, que apenas he bebido, estoy
en condiciones de decirte que te creo. Dímelo a mí.
Volvieron a
cruzarse las miradas. El chico moreno le dijo:
--De acuerdo. Poco
antes de que sea la medianoche enciérrate en el lavabo con doce velas negras.
Enciéndelas frente al espejo, y cuando empiecen a sonar las doce campanadas,
apágalas y cierra los ojos delante del espejo. Mantenlos cerrados hasta justo
el instante de sonar la última campanada. Entonces abre los ojos. En ese
segundo verás al Diablo reflejado en el espejo.
Beni dijo:
--Pasado mañana
haré el experimento. Mis padres se habrán ido de viaje y estaré solo. Aunque
necesito un testigo por si me pasara algo.
Todos se echaron
a reír de buena gana y siguieron bebiendo. El chico moreno le palmeó el hombro
y le dijo:
--No te
preocupes: yo seré ese testigo.
2.
Son las 23 horas
y 55 minutos de la Nochebuena. Beni entra solo en el lavabo con las doce velas
negras y un mechero para encenderlas. El chico moreno se queda fuera, sentado
en un sillón del pasillo frente al lavabo, a la espera de los acontecimientos.
Al poco tiempo empiezan a sonar las campanadas de la medianoche. Cuando el
último son se pierde en el silencio de la casa, el chico moreno se levanta del
sillón para arrimar su oído a la puerta del lavabo. Ni el menor rumor sale de
él.
Asustado, grita:
--¡Beni! ¡Beni! ¿Estás
bien?
Nadie responde.
El chico moreno golpea la puerta mientras sigue gritando el nombre de Beni, que
continúa sin dar señales de vida. Temiendo lo peor, empuja la puerta con todo
el peso de su cuerpo para intentarla abrir, y, al no ceder la madera, coge un
paragüero de porcelana que hay en el pasillo y lo estrella fuertemente contra
la puerta, que cede, al fin, tras varios golpes. El chico moreno entra en el
lavabo y encuentra a Beni tumbado en el suelo apretándose el pecho con las
manos. Todavía reina allí dentro un olor inconfundible a azufre y en torno al
marco del espejo flota la orla de un humo rojo. Sólo le queda llamar rápidamente
por teléfono a Urgencias. Al cabo de un rato llegan unos enfermeros y se llevan
a Beni al hospital. Diagnóstico: parada cardiaca debida a una fuerte crisis
nerviosa.
3.
El grupo de amigos no volvió a ver más al chico moreno. En cuanto a Beni, finalmente se recuperó aunque se pasaba días enteros repitiendo:
El grupo de amigos no volvió a ver más al chico moreno. En cuanto a Beni, finalmente se recuperó aunque se pasaba días enteros repitiendo:
--Lo he visto,
lo he visto.
Y nunca más
consiguió dormir bien. Perdió gran parte de su vitalidad y aún hoy se le nota
apagado y triste. Sus amigos le repiten para ayudarle que lo que le pasa se
debe al infarto que sufrió, que los infartos siempre dejan terribles secuelas a
los que lo padecen.
Y él no hace más
que replicarles:
--No. Fue lo que
vi en el espejo. Y así estaré hasta que muera.
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