SIETE VECES
VIRGINIA
Siete veces Dolores.
Esto es justo lo
que nunca debes hacer: ponerte frente al espejo y repetir siete veces seguidas
el nombre de Virginia.
No, no te rías.
Y menos te reirás cuando conozcas la historia que lleva circulando por el mundo
desde hace varias décadas. Muchos al conocerla aseguran que han quedado
traumatizados, como si una maldición terrible hubiera caído sobre ellos.
Pero te estarás preguntando quién es esta
Virginia de la historia. Aunque es mejor decir, habida cuenta de lo ocurrido,
quién era.
Pues Virginia era
una chica de 14 años que en cierta ocasión hizo espiritismo con sus amigos en
una casa abandonada de su pueblo. Como sabes ese tipo de experimentos es
tremendamente peligroso y jamás debe tomarse a juego y mucho menos a broma. Pues
bien, durante la sesión de espiritismo, Virginia no respetó las reglas de los
fantasmas, espectros y aparecidos; al contrario, se estuvo burlando todo el rato que duró la
invocación de los espíritus. El castigo no se hizo esperar: una silla que había
en un rincón de la sala cobró de repente vida y, tras salir volando, chocó violentamente contra la cabeza de la muchacha, causándole la muerte en el acto.
Sin embargo, Virginia no ha encontrado todavía
paz en la muerte. Su alma, condenada para siempre, vaga por el mundo buscando
venganza entre las personas que, como ella, no respetan el Más Allá.
Y ahora aparece
el otro personaje principal de la historia, Milagros. Milagros era una chica de
la edad de Virginia, que escuchó su leyenda en el Instituto. Sus amigos probaron
su valentía diciéndole que no se atrevía a decir Virginia siete veces ante el
espejo. Al principio Milagros sentía miedo, pero finalmente lo venció porque le
avergonzaba quedar mal delante de sus compañeros.
Y un día,
acompañada de una amiga que servía de testigo, entró en los servicios del
Instituto y, poniéndose delante del espejo, logró pasar la prueba.
El grupo de amigos olvidó enseguida el caso.
Pero Milagros no pudo. Esa misma noche empezó su sufrimiento. Se hallaba en la
cama, cuando un sonido inusual la despertó. No se trataba de un estrépito, sino
de una especie de susurro indescifrable que oía cerca de la nuca, mientras
sentía como si alguien respirara en su cuello. Aterrada, se levantó y encendió
la luz. Allí sólo estaba ella. A pesar de eso, no pudo dormir en toda la noche.
Al día siguiente, en el Instituto, aún con el miedo de la noche anterior metido
en el cuerpo, pidió permiso al profesor para salir de clase para ir a los
servicios a mojarse la cara y tranquilizarse un poco. Y no hizo más que entrar
en los lavabos cuando notó un frío intenso allí dentro. Se acercó al espejo y
lo vio empañado por una capa de vaho. Milagros lo limpió con la mano para verse
y comprobó horrorizada que tras ella había una chica que no había visto jamás,
con sangre brotando de una herida de la cabeza y una expresión de amargura infinita en sus ojos. Fue solo un instante. Enseguida
desapareció. Milagros se puso a reír nerviosamente, pensando que todo era fruto
de su imaginación, los nervios y el cansancio. Sin embargo, cuando se volvió a
mirar en el espejo descubrió una frase formada por los restos del vaho que la
dejó helada: “Soy Virginia. No debiste invocarme.
Desde entonces Milagros
pasa su triste vida entre los muros de un psiquiátrico jurando y perjurando que
el fantasma de Virginia la sigue atormentando.
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