Pienso que es bueno que un escritor sepa circunscribirse
a sus límites de capacidad. Si no se puede convivir felizmente con el oficio,
debe ser difícil convivir con la vida. Describir es un ejercicio fundamental. Entrenarse en la observación y
en la crítica del resultado. Describir para aprender a desenamorarse del yo,
probablemente mediocre. Todo lo que se escribe tiene fecha de caducidad.
Prohibirse tanto la soberbia como la humildad.
Literatura es lo que los editores, los críticos, los
autores, los lectores o los no lectores creen que es literatura.
Vivir, escribir. Dos oficios satisfactorios,
personales, para extinguir. (Què rima amb escriure.)
Poner una hoja de papel blanco en la máquina de
escribir es como prepararse una trampa a uno mismo. He caído en ella unos
cuantos miles de veces. Una trampa especialmente peligrosa porque no es
traidora, no oculta nada. Utiliza precisamente el vacío para inmovilizar a la
víctima. Pero yo no soy la víctima de ella, sino el autor de La Trampa. La he creado para poder
entrar en ella y encontrar la manera de salir de ella. La salida no la he
descubierto nunca buscando la palabra mágica, sino pensando un poco. La acción
de pensamiento indispensable para continuar pensando el día siguiente –y si
puede ser, de una manera más precisa. La trampa de obligarse a pensar un poco
cada día hasta que pensar se convierta en un hábito.
Para salir de la trampa del papel blanco no se ha de
esperar que llegue un gran pensamiento, porque uno se expone a vivir siempre en
la trampa vacía. Hay bastante con un pensamiento sencillo y redondo, que es el
que nos dará confianza para prepararnos una nueva trampa. (Posar un full de
paper.)
Los animales se lo pasan todo, de generación en
generación. Cuando muere un humano, todo lo que sabe, todo lo que ha aprendido,
desaparece. Los rastros que quedan en los otros de todo lo que ha construido
día a día, a lo largo de tantos años, son rastros irrisorios. No podemos
heredar nada, no podemos trasplantarnos nada. Hay sistemas informáticos
compatibles, pero no hay sistemas cerebrales acoplables. (Cervells.)
En ningún lugar se ha dicho todo. Ni a nadie se ha
dicho todo. Sólo una pequeña parte, muy limitada, del hipotético todo se ha
dicho a alguien, en algún lugar y en algún momento.
Es más razonable creer que nunca se ha dicho nada que
se pueda repetir exactamente al mismo oyente o al mismo lector. Porque quien
dice cambia, y también cambia quien escucha o lee lo que se dice.
Confunden pensar y decir… Sospecho que no todo ya está
definitivamente pensado, en este mundo, pero es seguro que no está todo dicho.
Porque decir –en una conversación de amigos, en una página literaria—siempre es
un decir que depende del carácter o del ánimo personal, de las palabras que se
encuentran o se eligen, del espacio y del tiempo en que se han elegido o
encontrado.
Decir no es un qué ya construido para siempre, sino un
cómo, que se construye cada uno. Y por eso, a lo largo de las generaciones,
continuamos hablando y escribiendo. Y escuchando y leyendo cosas que no nos
habían dicho nunca. (No s’ha dit tot.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario