Un escritor se puede enamorar de todas las palabras.
Porque es magnífico que quien tiene un oficio ame sus herramientas. Y es
magnífico por dos razones: porque la tarea puede estar mejor hecha, y porque el
uso de las herramientas amigas dará más satisfacción. Es triste, y
probablemente poco rentable, trabajar con un material hacia el que se siente
indiferencia.
El riesgo de un escritor enamoradizo es dejarse llevar
por la sonoridad de una palabra, Los aprendices del oficio no se dan cuenta de
que con el exceso de palabras emotivas se ablanda la emoción de un texto. Sólo
un genio es capaz de construir un texto con palabras de fuego sin quemarse.
La fuerza emotiva nace del uso impecable de palabras
cotidianas, y el arte del escritor es conseguir que un texto sea tierno, o
irónico, o dramático sin que salgan en él palabras demasiado cómplices de los
sentimientos del autor.
En cualquier caso, pienso que un enamoramiento
conviene que sea siempre públicamente discreto. Ya es bastante impúdico ser
escritor. (Un enamorament perillós)
Respeto la poesía porque es un misterio. Nadie sabe
dónde se encuentra ni cómo se encuentra. Dentro de un libro que dice “Poesía”
nos exponemos a encontrar sólo versos.
“Poeta” es una palabra que quiere decir “creador”, en
griego, de manera que su importancia es innegable. Ahora bien: si reconocemos
la transcendencia que tiene la capacidad de crear, de crear de verdad, será
necesario reconocer que no todo el que se dice poeta lo es, mientras que quien
se dice novelista sí que lo es, con toda evidencia, porque hace novelas.
(Versos)
¿Existe algún criterio para valorar un texto? ¿En qué
se basaría este criterio? Cada experto tiene el suyo, que nace de la
preparación cultural y de la experiencia lectora. Pero la posibilidad de
lectura por parte de una extensa población, desigualmente formada, con tantas
opiniones y gustos como individuos, he hecho que un texto concreto suscite muy
diversas e incluso contradictorias valoraciones.
La escritura, en nuestro mundo, ya no es una propiedad
privada, sino un instrumento al abasto de cualquiera. Y el escritor ya no es un
“elegido”, un “inspirado”, sino un hombre de oficio. La escritura no es un arte
sagrado, sino una técnica que puede aprenderse.
El escritor actual ya no trabaja para los colegas ni
para un príncipe. Se ha ganado el derecho de ejercer libremente su oficio y, a
cambio, ha de admitir que en la
pluralidad de lectores haya muestras de desinterés o de crítica respecto a su
trabajo. (L’escriptor ja no és un príncep)
Yo leo las críticas. La benevolencia siempre agrada
más que la descalificación. Pero he de decir que ni una ni otra me afectan
apenas. Quiero decir que tanto la satisfacción como el disgusto se me borran
muy pronto. Ya estoy escribiendo otra cosa. (Crítica)
La supervivencia de una obra no depende del deseo ni
de la premeditación del autor.
Si he de ser sincero, absolutamente sincero, nunca he
tenido en cuenta a la posteridad. Ni ahora, que si no te queda la posteridad ya
te queda poca cosa.
En principio, la norma es el olvido progresivo, y la
experiencia demuestra que si la muerte proporciona cierto prestigio notable,
este prestigio es momentáneo. Si alguna cosa me preocupa un poco es la
preposteridad, es decir, no poder acabar el libro que estoy escribiendo. Porque
me agrada comenzar y acabar. Que eso es la vida. (La posteritat)
Es fácil que se presente la tentación de corregir el
texto hasta el infinito, que es una tentación terrible, imparable. La voluntad
correctora es admirable, pero el resultado puede ser mejor o peor.
Para ejercer la actividad literaria me parecen
aplicables las siguientes condiciones: Primera, tener ganas, lo que se dice
vocación. Sin ella no se puede tirar adelante. Segunda, tener relativas
aptitudes. Sin unas aptitudes básicas no se puede triunfar. Tercera, que las
circunstancias no sean excesivamente desfavorables. Si todo te va en contra
–situación económica, familiar, de salud—es difícil hacer lo que quisieras. (El
temps, el diner, l’èxit)
La ambición es considerada hoy una alta cualidad en el
mundo literario.
Curiosamente, a veces se habla más de la ambición del
autor que de la calidad del resultado obtenido, que puede ser perfectamente
mediocre.
El oficio no es fácil si se examina desde el punto de
vista de la exigencia –que es como se ha de analizar--. Quiero decir la
perfección –nunca absoluta, claro—con que ha conseguido llegar al objetivo
literario propuesto. (Ambició i exigència)
Algunos escritores son necesarios para un determinado
grupo de personas –minúsculo en el total de la humanidad—que han hecho “voto de
lectura”.
El ámbito vital del escritor literario es el propio de
una especie rara, habría de estar enormemente agradecido a su suerte si es que
alguien ha decidido leerlo. (Importància de l’escriptor)
Interesarse por otros escritores está muy bien, aunque
conviene evitar la obsesión. La aproximación –física e intelectual—de un
escritor a sus colegas contemporáneos habría de ser, me parece, discreta e
intermitente. Porque existe el peligro de que una atención excesiva a la obra
de un compañero de oficio acabe paralizando la propia escritura. O
condicionándola a un modelo que no es transferible. Yo soy partidario de una
relativa distancia, compatible con la curiosidad, la admiración, el respeto.
La envidia hace perder mucho tiempo, nos distrae de lo
que importa, malgastamos las horas que tenemos para nosotros, para hacer
nuestra labor. Mi impresión es que no tengo, ni he tenido, un sentimiento de
envidia por otro escritor. Siempre me he contentado perfectamente con aquello
que he podido hacer. Más bien me considero afortunado.
La envidia lleva a menudo a la imitación de otro o a
la invención artificiosa de un carácter que no es el natural en el escritor
envidioso.
Escribir es un oficio que se ha de ejercer con cierto
grado de aislamiento psíquico, evitando tentaciones comparativas. (L’enveja perjudica)
Infelices los que nunca han podido admirar nada, o les
cuesta mucho hacerlo. Estoy seguro de que esta incapacidad de admiración lleva
a alguna clase de sequedad de espíritu y de egocentrismo que probablemente hace
padecer, inconscientemente.
Todos los escritores que tienen un mínimo de calidad o
de éxito tienen admiradores.
Lo cierto es que yo no necesito admiradores, sino
gente que comprenda y acepte lo que escribo. (L’admiració)
Yo no he intentado desarrollar un “proyecto”
literario. Comencé como novelista y al cabo de pocos años lo dejé correr.
Admito que ahora podría tener un relativo sentido de “obra” mi colección de
viajes a pie.
Si no he pensado nunca hacer una obra, mi “obra”, es
porque me he dedicado a hacer libros. Sí, un libro tras otro, sin programa, con
libertad y con gran alegría de hacerlos y con una gran confianza en mí y en el
lector. Con la sensación de que participábamos en el mismo juego –yo escribo un
libro, tú lo lees ahora y aquí. (Obra)
No hay comentarios:
Publicar un comentario