miércoles, 14 de mayo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

UN AMAGO DE INFARTO

Cuando pienso en todo aquello ahora, me parece haberme librado por fin de un encierro indeseable y creo de repente encontrarme a miles de kilómetros de distancia de aquel negro calabozo. Sin embargo, de vez en cuando ocurren cosas que me hacen volver al recuerdo de lo vivido allí aunque no quiera. Y no me refiero sólo a ciertas reuniones que todavía hoy mantenemos algunos profesores que pasamos en el Colegio gran parte de nuestra vida, sino a accidentes y desgracias de compañeros que de una forma u otra tuvieron y tienen que ver con aquel sitio. El último suceso fue el amago de infarto que sufrió Aurelio Marqués un par de años antes de jubilarse, del cual, gracias a Dios, acabó saliendo bien librado. Lo primero que pasó por mi cabeza cuando iba en coche al hospital donde el "Árbitro" estaba ingresado fue la idea atroz del paso cabrón del tiempo, que no sólo nos cambia la vida a todos, sino que incluso se la arrebata a otros que han significado algo muy importante en la nuestra. Recuerdo que cuando derribaron la masía anexa al Colegio, Zacarías Caballero, el director de entonces, profirió una frase que me hizo pensar: “Cuando algo que ha cobijado vida cae por voluntad del hombre, una casa, una fábrica, una oficina, o como ahora esta masía, de algún modo el hombre mismo está llamando a la mala suerte, y no sólo para él, sino también para quienes viven en torno suyo." Cuando lo oí, al principio me pareció algo raro que un miembro de la Obra, tan íntegro y honesto y de vida claramente religiosa, hablara así del destino humano. Pero cuando un año más tarde también se derribó el Platillo Volante...
Llamábamos Platillo Volante a una construcción circular, de material ligero, con visera y patas de madera que estaba posada en el césped, entre el Pabellón Central y el Pabellón del Delfín y que sirvió al principio de punto de encuentro para los alpinistas y montañeros de la Obra, y luego se habilitó para convertirla en taller de aeromodelismo. Hasta que se preparó un ala del Pabellón del Delfín para ese cometido. Y reanudo lo que estaba contando. Cuando también desmantelaron el Platillo Volante, creo, si no recuerdo mal, que fue uno de los nuestros, Manolo Hierro, quien dijo al ver la huella circular, la calva enorme que había dejado la construcción sobre el césped de los rosales: “Esto de deshacerse sistemáticamente de las cosas que nos han rodeado durante mucho tiempo, me da mala espina; es como si quisieran los de arriba, los que nos mandan, darnos un aviso de lo que puede pasarnos a todos nosotros en el futuro”. Eso dijo el pobre Manolo Hierro. Y a partir de entonces empezaron a pasar las cosas. Sé que puede ser todo simplemente una coincidencia. Pero una coincidencia que hace pensar. Primero ocurrió la muerte atroz en accidente de coche de Alejandro Méndez.. Y al poco tiempo empezó una cadena interminable de muertes y desgracias de todo tipo, una de las mayores la ya citada del pobre Valdovinos. Cadena que no ha parado hasta hoy. Y estoy dejando a un lado el rosario de traumáticos despidos de Viladomat, Gimeno, Antonio o el mío, entre tantos otros. Porque, dicho sea de paso, al menos seguimos vivos para contarlo y, gracias a Dios, estamos todos en una situación económica y, sobre todo, humana mejor que cuando estábamos allí dentro. Aunque nos siguen doliendo las muertes de Pablo Gómez, Juan Espejo, Jaume Rovira, Tino Bahamontes o las del mismo Manolo Hierro, tan desoladora y tan reciente, apenas un año más tarde de ser despedido por aquella gente desagradecida y cicatera. Y ahora lo de Aurelio...

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