martes, 27 de mayo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

ALFREDO SANCHO

Alfredo Sancho pertenecía a la hornada de los ochenta, cuando se produjo el cambio en el Colegio y con él el principio de su decadencia. Gente poco preparada científicamente (y menos aún pedagógica y didácticamente) empezó a ocupar cargos directivos para promocionar el apostolado (¿qué apostolado?) sin límites y donde los fines justificaban todos los medios. Era gente que apenas pensaba por sí misma (las directrices de la Obra así lo tenían establecido) y sólo seguían una consigna fija: hacer "santos" a los alumnos a toda costa, aunque las horas de instrucción se vieran menguadas y muchas veces sustituidas por visitas al Oratorio, rezos sin cuento y cantos a la Virgen y a los Santos, rosarios, romerías, novenas y meses de retiro espiritual. Gente obsesionada, fanática e integrista que automáticamente tachaba de pecadores en potencia a quienes participaban en todos estos actos con fe tibia, y de irredentos difíciles a quienes no participaban en ellos.
Alfredo Sancho pertenecía a esta clase de personas. Era hombre de pocas luces, algo simple y de escasos recursos para expresarse personalmente y comunicarse con los demás. Daba clases de Ciencias, pero hizo unos cursillos para impartir otras de Religión; así que en su horario, lleno de huecos por ser preceptor, sólo figuraban estas dos asignaturas: Ciencias y Religión. Allí, en el Colegio, era sabido que las horas de preceptuación contaban más que las horas lectivas y eso era algo que en vano se esforzaban en explicarnos los gerifaltes del Colegio a los profesores que no pertenecíamos a la Obra y que nos veíamos obligados a dar más clases de las que podíamos y a cargarnos cada dos por tres de sustituciones.
Sancho era un catalán muy cerrado (entonces el idioma vehicular seguía siendo el castellano y él se afilió al grupo que todos llamaban la Minoría Catalana, en el que figuraban algunos profesores del Departamento de Arte y los profesores de Catalán, por supuesto) y tenía problemas muy serios para hablar el idioma de Cervantes. Su conversación ordinaria solía convertirse en “una tortilla lingüística”, como decía el "Extremeño", y así podía decir en una misma oración expresiones como “Me duele el cap multíssim” o “No puedo andar porque estic malalt” o “Tengo una malaltia en el genoll”. Eso sí, esta deficiencia idiomática, si se le puede llamar así, aparecía con frecuencia en contextos que tenían que ver con enfermedades y dolencias. Cuando tenía que hablar con los padres o con los alumnos que eran sus preceptuados, la cosa cambiaba. Era peor. En su afán de ganarse voluntades para los "buenos" fines del Colegio, no tenía ningún empacho en castellanizar su cerrado catalán. de ahí que algún padre le oyera decir asombrado mensajes como los siguientes:
” Su fill debe tener más cuidadu amb sus llibres y su material educatiu, forrar los cuadernus y possar su nombre y apellidus en la primera página.”
“Aquest mes su fill ha faltat a classe más de set días; això se notará en su rendiment académic si no possa remei desde ara mateix."
O cosas por el estilo.
Al cabo de un tiempo, Sancho dejó de ser preceptor en la jornada de la mañana para pasar a ser Encargado de Curso en la Sección de Estudios de la Tarde (en siglas, SET) concretamente en el COU de Ciencias, donde daba la Biología correspondiente. Cuando llegaba a las lecciones referidas a la Reproducción, hacía equilibrios semánticos para evitar ciertos términos, con lo que provocaba risas malévolas entre los alumnos.
Sus pocas luces oscurecieron aún más su relación con el resto de los profesores hasta tal punto que en más de una ocasión causaba muchos roces con ellos por causa de las notas. Solía decir que lo importante era que los chicos fueran buenos antes que sabios. Eso era fácilmente comprendido por los que no eran de la Obra y por algunos pertenecientes a ella que pensaban y sentían como los demás hombres. Ya quedó dicho en otro lugar que lo de pensar y sentir por cuenta propia era algo infrecuente entre ellos. Decía el Monseñor respecto de ese asunto en su opúsculo que pensar demasiado y sentir en exceso sacaba del camino a quienes deben guiar hacia Dios sus huestes, que sólo tienen que vivir la santa obediencia y la incondicional confianza en quienes las dirigen. Alfredo Sancho, como casi todos ellos, seguían esa norma sin pensar ni sentir, como marionetas que actúan según las manos de quienes mueven sus hilos. Sin embargo, existían también quienes parecían tener su propia personalidad, como Mariano Valdovinos o Jesús Pérez, los cuales siempre que podían dejaban su particular rastro en el Colegio, con la consiguiente disconformidad de los gerifaltes, que no veían con buena cara aquellas pequeñas explosiones de autonomía personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario