martes, 22 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

CLAUDIO DE LA ROSA

Claudio de la Rosa era profesor de Ciencias Naturales y un gran aficionado a los acuarios, donde cuidaba todo tipo de peces. Además, solía amenizar sus clases acompañándose de numerosas y variadas macetas con semillas germinando o plantas adultas en todas sus fases de formación. Hablaba a los alumnos con un vocabulario superior al nivel léxico de éstos. Y así, hablando de las vísceras de algunos animales, les decía por ejemplo que el hígado de la vaca era terso y viscoso. Y repetía “viscoso” para cerciorarse de que los chicos le habían oído correctamente. Éstos le compensaban con la broma de decirle que había elegido muy bien la carrera. El profesor les preguntaba por qué, y los chicos no se hacían rogar:
“Por lo de la rosa de su apellido. ¿Por qué iba a ser si no? Como si se hubiera llamado Roca” Y añadían mientras el profesor se batía en retirada pasillo adelante en busca del refugio de su despacho: “ Porque si se hubiera llamado Roma sería profesor de Geografía o de Historia”. Y se quedaban tan panchos. Los chicos son así.
Pero había otras bromas peores, como la de cambiarle de lugar los minerales de los compartimentos de la caja con que se hacía acompañar a las clases. Luego pedía, el inocente, que se los volvieran a poner en su sitio. Y siempre acababa la cosa del mismo modo: gran parte de los huecos de la caja aparecían vacíos, y en días sucesivos en la casilla de que el profesor disponía en el vestíbulo del Pabellón Central iban apareciendo los minerales uno tras otro, aunque algunos seriamente dañados, como el caso del espato de Islandia, que al final de cada curso quedaba reducido al tamaño de una uña.
Otras veces los "inocentes" muchachos arrojaban a los acuarios grandes puñados de sal con lo que era fácil ver al poco tiempo flotando panza arriba a las pobres gambusias que el profesor había traído del lago de Bañolas días antes.
Aunque, según algunos, solía irse de la lengua todos los viernes en Dirección contando al gerifalte de más "altura" chismes y comentarios de sus compañeros de despacho, para la mayoría Claudio de la Rosa era buena persona y un miembro convencido de la Obra. Aurelio Marqués nos contó una vez que durante una convivencia de la nieve coincidió con él en la misma habitación del albergue, y que cada noche, antes de acostarse, de la Rosa rociaba con un frasco de agua bendita todos los rincones de la habitación. También nos hablaba Aurelio de los moratones que tenía en las rodillas el profesor de Ciencias como resultado lógico de caminar con ellas, mientras rezaba, de un extremo al otro de la habitación.
Cuando se prestaba a jugar a fútbol, que era pocas veces, su ingenuidad se dejaba notar a las primeras de cambio. Entraba sin malicia al cuerpo a cuerpo y los jugadores contrarios burlaban sus entradas con suma facilidad. Y otras veces se ensañaban con él, mareándole una y otra vez como si de un novillo se tratara. Todos conocían los mil regates y fintas que en un solo partido le dio Gonzalo Cerezo, alias el "Pistolas", antes de marcar uno de aquellos goles suyos que hacieron historia.
Claudio de la Rosa aprobó las Oposiciones algunos años más tarde y fue a lucir sus conocimientos científicos a un Instituto de Tarragona.

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