viernes, 25 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

JESÚS PÉREZ, UN MIEMBRO DE LA OBRA 'SUI GENERIS'

Otro miembro de la Obra, Jesús Pérez, acabó también, tras superar las Oposiciones de Castellano, en un Instituto de Enseñanza Media (de Zaragoza). Pero Jesús era de otra pasta, parecida a la de Mariano Valdovinos, un poco (mucho) crítico con sus propios correligionarios cuando no hacían bien las cosas. Jesús funcionaba por libre, según decían ellos medio en broma medio en serio, porque en las materias didácticas con buen criterio tomaba sus propias iniciativas. Pertenecía al departamento de Lengua, del que con orgullo fui yo el Coordinador durante mucho tiempo y donde tuve la ocasión de llevarme muy bien con él junto con otra mucha gente, una perteneciente a la Obra y otra ajena la Obra. Con Jesús me llevaba tan bien, que cuando tuvo que irse del Colegio para ocupar su plaza en un Instituto de Zaragoza, nos intercambiamos algunas cartas en verso ripioso con dejes garcilasistas o con aires propios de Fray Luis. Yo le mandé unas liras que eran una parodia de la Oda a la Ascensión, del fraile agustino, que empezaban
“¡Y dejas, Jesús Pérez
a tus chicos perdidos y dolidos
en estas aulas! Vuelve
y hazles entretenidos
sus libros que son duros y aburridos.”
Jesús me contestó con unos versos melancólicos que recordaban el principio de una de las famosas églogas de Garcilaso:
“Dolientes, duras horas asesinas,
aulas que a la tarde desfallecen,
alumnos que tropiezan en lexemas
y se duermen al ruido de la tiza
trazando en la pizarra su sendero...”
Mientras estuvo en el Colegio, Jesús intentó llevarse bien con todo el mundo, cumplía las normas y hacía bien su cometido como profesor. Los alumnos lo querían y respetaban y decían de él que sus clases eran muy amenas y divertidas, pese a que les hacía trabajar de lo lindo rellenando interminables cuestionarios sobre la lectura que a la sazón estuvieran trabajando. Del Quijote había confeccionado cien preguntas. Y cuando los chicos le preguntaban que por qué tantas, él les contestaba que era lo menos que se podía hacer con el libro más traducido y leído en el mundo entero después de la Biblia.
“Pues menos mal que no tenemos que trabajar con usted la Biblia”, le replicaban al punto los alumnos.
Solía también jugar con las palabras y los apellidos de sus alumnos. Decía por ejemplo a un alumnos llamado Alberto que se despistaba durante la explicación :
“Alberto, al verte distraído no sé si seguir la lección.”
Y otro que se llamaba Eduardo y que se encontraba en la misma situación, le decía:
“Edu, ardo en deseos de que alguna vez me atiendas un poco.”
Y sobre las cuestiones o preguntas que había que contestar en clase con el libro abierto solía hacer cosas parecidas. Un día observó algo anómalo en dos alumnos que se consultaban las respuestas. Entonces se encaró con uno de ellos diciéndole:
“¿Por qué preguntabas?”
El chico, azorado, le contestó:
“Porque no entiendo muy bien la cuestión.”
Jesús entonces cambiaba la pronunciación de su pregunta anterior:
“¿Por qué pregunta vas?”
Y el chico, desconcertado, consultaba su cuestionario y respondía:
“Por la pregunta 12.”
Algunos, que ya sabían de qué iba el asunto, sonreían. Al final, Jesús se acercaba al muchacho desconcertado y le explicaba el juego de palabras mientras le pedía perdón por la broma y añadía:
“Lo que quiero es que trabajes tú solo, y si algo no entiendes, levantas la mano y me lo preguntas a mí, ¿de acuerdo?”
También era un rapsoda excelente, y cuando en las clases se ponía a leer cualquier texto literario como ilustración del tema, los chicos más sensibles disfrutaban oyéndole. Asimismo, en más de una fiesta navideña de aquellas que formábamos los profesores en el pabellón central en torno al Belén solía recitar poemas, sobre todo de Miguel Hernández, algunas de cuyas composiciones más conocidas se sabía de memoria, y con tanto sentimiento que a muchos emocionaba. Era singular el momento en que recitaba aquellos tremendos versos de la Elegía a Ramón Sijé, que dicen:
"No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada."
Pero sobre todo era un profesor responsable de su labor, exigente, metódico. Y aunque se debía a las normas de la Obra, se supeditaba a ellas siempre y cuando no tuvieran que ver con su labor docente. Y cuando no podía salirse con la suya porque imperativos superiores se lo exigían, empleaba como defensa la ironía, campo en el que se movía a las mil perfecciones. En una junta de evaluación (para mí todas eran juntas de “compasión”, porque de lo que se trataba era de ayudar al máximo al alumno aunque se atentara alevosamente contra las mínimas leyes de la justicia). En una de esas juntas de “compasión” que tenían que ver con el paso del COU para acceder a la prueba de la Selectividad, presididas por Francisco Molinos, miembro de la Obra, Jefe de esa Sección durante muchos años y también preceptor de la mayor parte del alumnado del curso, se dirimía si un alumno determinado debía pasar de curso o no. Molinos miró por última vez el acta de calificaciones y se dirigió a Jesús Pérez, cuya asignatura el chico tenía suspendida.
“Sólo te queda a ti, Jesús, dar el paso final. Tú tienes la palabra. De ti depende que este alumno pase el COU y pueda ir a examinarse de la Selectividad.”
Jesús, parsimoniosamente y ante la expectación abierta en todos los demás, abrió su cuaderno de notas por el curso y la lista donde se encontraba el alumno en cuestión y, sin inmutarse lo más mínimo, empezó así su charla:
“Este chico me ha faltado a clase diez veces seguidas y otras tantas salteadas y no me ha dado ninguna explicación de su ausencia. Y cuando entra a clase, enreda y no deja que los demás sigan la clase con cierto orden. A mí me protesta cada dos por tres diciendo que voy muy deprisa explicando la lección y cuando le pregunto qué es lo último que ha entendido, no sabe decirme ni media palabra. De los tres trabajos que tenía que entregarme a lo largo del curso, no me ha hecho ninguno. En cuanto a los controles y exámenes que hemos realizado en este último trimestre, sólo ha hecho uno y su calificación es de 0’8. Su nota media de todo el curso es 1’6. Concluyendo, apruébalo.”
La mayoría de los asistentes a la reunión no pudimos evitar estallar en una sonora carcajada. Al salir del aula, el "Extremeño" me susurró al oído:
“Uno con cojones. Si fuéramos los demás como él, otro gallo nos cantaría. Pero qué pocos hay como Jesús.”
Antonio sabía ver la joya en el estiércol.

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