sábado, 26 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

UN EJEMPLO DE AMISTAD

Antonio de Pedro, el "Extremeño", lo mismo contaba una desgracia irreparable que un chiste extravagante en la misma sesión. En contar chistes era un verdadero as. En el viaje en que los dos coincidimos por tierras de Castilla con los chicos de Bachillerato en uno de los últimos años de los ochenta, si Antonio no me contó un centenar de chistes no me contó ninguno. Recuerdo que una tarde, reventados de patear por Salamanca, desde la Plaza mayor hasta la Universidad, desde la calle Zamora hasta el puente sobre el Tormes, volvimos a la habitación del hotel en busca de alivio para los pies y, tras ponernos cómodos, el Extremeño me dijo:
“¿Recuerdas a los dos legionarios de la Plaza Mayor, tan tiesos, tan “echaos palante” que parecían comerse el mundo con la mirada? Pues te voy a contar un chiste de legionarios que seguramente no conoces. ¿O sí? Yo empiezo y si reconoces algún pasaje me cortas y listo”.
Y aunque ya conocía el chiste de los legionarios, se lo dejé contar hasta el final, final hilarante en que el coronel le corta con el sable la picha a uno de los valientes soldados y, al preguntarle si le había hecho daño, el legionario le contesta que no porque era la polla del de atrás. Me estuve riendo casi cinco minutos de reloj.
Así era por aquel entonces el "Extremeño". Pero el tiempo y los vientos que trae la edad han ido llevándole por otros derroteros, aunque la jocosidad no le ha desaparecido del todo. Casi siempre que hablo del "Extremeño", acabo trayendo a colación al "Árbitro". Hubo un tiempo en que Aurelio y él estuvieron muy unidos. Se llevaban como hermanos y sus respectivas mujeres, Puri y Mari, lo mismo. Se invitaron a las comuniones de sus respectivos hijos y frecuentaban las casas de una y otra familia con celebraciones y fiestas de todo tipo. Hacían juntos viajes y excursiones, y solían contarnos con alborozo los avatares del extraordinario itinerario de una semana que realizaron los dos matrimonios por Galicia para hacer juntos la ruta jacobea. Durante la visita hecha a Santiago, les salió gratis una suculenta mariscada regada con el mejor albariño porque el camarero se equivocó en la cuenta, y en otra ocasión tuvieron que pasar una noche entera en una vieja pensión de Ponferrada sin pegar ojo, y no por lo que todos en un principio pensamos, sino porque durante toda la noche los dos matrimonios fueron martirizados por el ruido inagotable y monótono de las carcomas, que seguramente estaban minando los marcos de las puertas y las patas de los muebles de los cuartos infames que les tocó en suerte.
También montaron entre los dos una academia de repaso para alumnos que necesitaban empezar el nuevo curso limpios de asignaturas pendientes y mejor preparados, y aunque al principio todo marchó viento en popa y los ingresos aumentaban, de la noche a la mañana algo empezó a no funcionar entre los cometidos de uno y otro; así que, las desavenencias aparecieron en forma de alud y acabaron por enterrar el negocio y, de paso, la amistad tan profunda y sincera que había habido siempre entre ellos.
A partir de entonces las relaciones se enfriaron y, cuando ocurrió lo de los despidos del Colegio, se congelaron del todo. Acaso porque Aurelio siguió dentro. Y ahí pensaba continuar hasta el día de su jubilación.

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