sábado, 8 de enero de 2011

CURSOS

NUEVE NOVELISTAS DEL REALISMO ESPAÑOL (2)







Juan Valera y Alcalá-Galiano (1824-1905) nació en Cabra (Córdoba) en el seno de una familia distinguida. Estudió Filosofía y Derecho. Su madre, la marquesa de la Paniega, lo introdujo en la alta sociedad madrileña y eso hizo que ingresara en el cuerpo diplomático. Así realizó viajes por Italia, Portugal, Alemania, Brasil, Rusia... Fue diputado, académico de la Lengua, subsecretario de estado...Y acabó siendo embajador en Viena. Pero, enfermo de la vista, se retiró de la vida pública y pasó el resto de su vida dedicado a la literatura y a frecuentar tertulias y círculos y culturales y literarios. Finalmente, murió en Madrid.

Su obra literaria es muy copiosa y variada. Se inició en la lírica, cultivó la crítica literaria, tradujo bellísimos relatos como el de Dafnis y Cloe, de Longo, y escribió cuentos exquisitos como El pájaro verde, del que extraigo el siguiente fragmento:

“Aconteció, pues, que la princesa, en una hermosa mañana de primavera, estaba en su tocador. La doncella favorita peinaba sus dorados, largos y suavísimos cabellos. Las puertas de un balcón, que daba al jardín, estaban abiertas para dejar entrar el vientecillo fresco y con él el aroma de las flores.
Parecía la princesa melancólica y pensativa, y no dirigía ni una sola palabra a su sierva.
Ésta tenía ya entre sus manos el cordón con que se disponía a enlazar la áurea crencha de su ama, cuando a deshora entró por el balcón un preciosísimo pájaro, cuyas plumas parecían de esmeralda y cuya gracia en el vuelo dejó absortas a la señora y a su sirvienta. El pájaro, lanzándose rápidamente sobre esta última, le arrebató de las manos el cordón y volvió a salir volando de aquella estancia.
Todo fue tan instantáneo que la princesa apenas tuvo tiempo de ver al pájaro; pero su atrevimiento y su hermosura le causaron la más extraña impresión.”

Pero es la novela el género que le dio verdadero reconocimiento. Para muchos la mejor novela de Valera es Pepita Jiménez que, escrita en su mayor parte en forma epistolar y con exquisitos rasgos de costumbres andaluzas, refleja la seducción que la hermosa viuda que da nombre a la obra ejerce sobre el seminarista Luis de Vargas antes de casarse con él. He aquí una breve muestra de la técnica más empleada:



“Querido tío y venerable maestro: Hace cuatro días que llegué con toda felicidad a este lugar de mi nacimiento, donde he hallado bien de salud a mi padre, al señor Vicario y a los amigos y parientes. El contento de verlos y de hablar con ellos, después de tantos años de ausencia, me ha embargado el ánimo y me ha robado el tiempo, de suerte que hasta ahora no he podido escribir a usted.
Usted me lo perdonará.
Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece mucho más chico, pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es, sin duda, una gran casa de un rico labrador, pero más pequeña que el seminario. Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo, son deliciosas. ¡Qué sendas tan lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un ramo de violetas.”

En la novela Las ilusiones del doctor Faustino se satiriza el materialismo del momento centrado en el protagonista, un Fausto en pequeño pero sin pactos diabólicos, que pretende traspasar la barrera del misterio. Otra novela digna de mención es Doña Luz, que presenta la tesis de que nadie está libre del amor humano aunque sea sacerdote, que es el caso del padre Enrique.
En sus novelas muestra Valera inclinación por los temas amorosos, que desarrolla con prudencia y discreción y valiéndose de un lenguaje correcto, lleno de gracia y a veces salpicado de digresiones con finura intelectual. En esencia, lo que le interesa al autor es crear una obra de arte.



Benito Pérez Galdós (1843-1920) nació en Las Palmas, pero al poco tiempo se trasladó a Madrid, donde fijó su residencia y allí permaneció hasta su muerte. En la capital de España estudió Leyes y colaboró en la prensa. Efectuó varios viajes por Europa y de todos sacó provecho (en París descubrió al gran escritor Balzac, a quien admiró siempre). Fue académico y político de signo liberal (diputado por Sagasta). Se le negó la candidatura al Nobel en 1905, galardón que recayó en Echegaray. Hacia el final de su vida se quedó ciego y pasó penurias económicas.

Además de escribir unas Memorias de un desmemoriado, donde recoge, entre otras cosas, anécdotas de su vida juvenil y los últimos años del reinado de Isabel II, escribió obras teatrales, que en realidad fueron adaptaciones de novelas suyas, como El abuelo, y alguna pieza original . Pero fue la novela la que convirtió a Galdós en el mejor narrador del siglo XIX. Al género novelístico pertenecen los siguientes grupos de obras:
.-Los Episodios Nacionales, que constituyen una historia novelada de la España del siglo XIX, desde la batalla de Trafalgar hasta el gobierno de Cánovas, donde los personajes ficticios (Gabriel Araceli, Monsalud...) adquieren tanta verosimilitud como los históricos (Churruca, Zumalacárregui, los generales Castaños y Palafox...), y cuyas fuentes se basan en testigos visuales, recuerdos y libros populares. Están agrupados en cinco series (la quinta sin concluir), de las que destacamos los títulos Trafalgar, (1ª serie), El equipaje del rey José, (2ª serie), Zumalacárregui, (3ª serie), o La de los tristes destinos (4ª serie). Léase el siguiente fragmento de Trafalgar, donde Gabriel Araceli confiesa sus sentimientos patrióticos:

“Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el Rey y su célebre Ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como yo no sabía más historia que la que aprendí en la Caleta, para mí era ley que debía uno de entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos moros, primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses, después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos, el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.
Pero en el momento que precedió al combate, comprendí que todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo, y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche y saca de la oscuridad un hermoso paisaje.”

.-En cuanto a las novelas propiamente dichas, éstas pueden clasificarse en dos grandes bloques: las que presentan problemas sociales y religiosos, como Misericordia o Nazarín, en la que se propone un cristianismo activo y amable para mejorar la sociedad de entonces; y las realistas, entre las que destacan Fortunata y Jacinta, historia de amor y celos de dos mujeres casadas; La desheredada, que con tintes naturalistas muestra en toda su crudeza el mundo de los suburbios; o El amigo Manso, un bondadoso profesor que arregla el matrimonio de su antiguo alumno con la mujer que él había amado.
Con una prosa brillante a veces, otras sencilla aunque correcta y siempre aguda e incisiva, Galdós nos muestra al detalle la vida española del siglo XIX.



Léase el siguiente ejemplo extraído de Misericordia:

“Casi no es hipérbole decir que la señá Benina, al salir de Santa Casilda, poseyendo el incompleto duro que calmaba sus mortales angustias, iba por rondas, travesías y calles como una flecha. Con sesenta años a la espalda, conservaba su agilidad y viveza, unidas a una perseverancia inagotable. Se había pasado lo mejor de la vida en un ajetreo afanoso, que exigía tanta actividad como travesura, esfuerzos locos de la mente y de los músculos, y en la enseñanza se había fortificado de cuerpo y espíritu, formándose en ella el temple extraordinario de mujer que irán conociendo los que lean esta puntual historia de su vida. Con increíble presteza entró en una botica de la calle de Toledo; recogió medicinas que había encargado muy de mañana, después hizo parada en la carnicería y en la tienda de ultramarinos, llevando su compra en distintos envoltorios de papel, y, por fin, entró en una casa de la calle Imperial, próxima a la rinconada en que está el Almotacén y Fiel Contraste. Deslizóse a lo largo del portal angosto, obstruido y casi intransitable por los colgajos de un comercio de cordelería que en él existe; subió la escalera, con rápidos andares hasta el principal, con moderado paso hasta el segundo; llegó jadeante al tercero, que era el último, con honores de sotabanco. Dio vuelta a un patio grande, con galería de emplomados cristales, de suelo desigual, a causa de los hundimientos y desniveles de la vieja fábrica, y al fin llegó a una puerta de cuarterones, despintada; llamó… Era su casa, la casa de su señora, la cual, en persona, tentando las paredes, salió al ruido de la campanilla, o más bien afónico cencerro, y abrió, no sin la precaución de preguntar por la mirilla, cuadrada, defendida por una cruz de hierro.”


Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901) nació en Zamora, pero pronto su familia se trasladó a Oviedo. Allí nuestro autor estudió Derecho. Más tarde en Madrid ejerció el periodismo. El hecho de que fuera anticlerical y su condición de político liberal le granjearon numerosos enemigos en su vida personal y profesional. Obtuvo una cátedra en Zaragoza y enseguida su traslado a Oviedo, ciudad donde vivió hasta su muerte.

Como periodista escribió artículos de crítica literaria o simplemente costumbristas, donde los juicios suelen ser acertados y vigentes (Solos de Clarín, Palique…). El profesor, crítico y novelista Torrente Ballester define así el talante de “Clarín”: “No intentó ninguna obra sistemática o de conjunto, como Menéndez y Pelayo o la Pardo Bazán en algunos de sus libros. Su labor se ejerció en servidumbre de la actualidad, comentando el libro recién salido. Su prosa didáctica es clara y eficaz, exenta de ornamentos retóricos. Prosa de párrafo largo, de sintaxis compleja al estilo decimonónico, pero nada oratoria”. Con todo, siempre se mantuvo independiente de las opiniones de sus contemporáneos.

También cultivó el cuento, que agrupó en colecciones (El señor y lo demás son cuentos, Cuentos morales…) y donde revela su evolución desde el realismo hasta el idealismo más lírico e intimista, que es lo que vemos en el delicioso cuento ¡Adiós, Cordera!, que además trata el viejo tema de la diferencia de vida que ofrecen la naturaleza y el mundo del progreso. He aquí el principio del famoso relato:

“¡Eran tres, siempre los tres!: Rosa, Pinín y la Cordera.
El prao Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres paralelos, a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la porcelana, que le recordaba las jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca del misterio sagrado le acometía un pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el césped.
Rosa, menos audaz, pero enamorada de lo desconocido, se contentaba con arrimar el oído al palo del telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los formidables rumores metálicos que el viento arrancaba a las fibras del pino seco en contacto con el alambre.”

Pero destacó aún más como novelista. Con La Regenta, por ejemplo, practica incursiones en el naturalismo, en especial cuando profundiza en la cortedad de miras y pereza mental de ciertos sectores sociales de Vetusta (Oviedo). El tema de la novela es la lucha interior que la protagonista, Ana Ozores, personaje inspirado en Madame Bovary, se ve obligada a vivir entre respetar su deber conyugal y entregarse a la aventura amorosa fuera del matrimonio. La novela está dividida en dos partes de quince capítulos cada una: la primera abarca tres días y presenta los personajes y el ambiente en que viven; en la segunda transcurren tres años y se desarrollan los hechos principales de la historia. Léase el siguiente fragmento de la novela:





“Los preparativos diabólicos de la gran aventura, del asalto del convento, llegaron al alma de la Regenta con todo el vigor y frescura dramáticos que tienen y que muchos no saben apreciar, o porque conocen el drama desde antes de tener criterio para saborearlo, y ya no les impresiona, o porque tienen el gusto de madera de tinteros. Ana estaba admirada de la poesía que andaba por aquellas callejas de lienzo, que ella transformaba en sólidos edificios de otra edad, y admiraba no menos el desdén con que se veía y oía todo aquello desde palcos y butacas; aquella noche el paraíso, alegre, entusiasmado, le parecía mucho más inteligente y culto que el señorío vetustense.
Ana se sentía transportada a la época de don Juan, que se figuraba como el vago romanticismo arqueológico quiere que haya sido; y entonces, volviendo al egoísmo de sus sentimientos, deploraba no haber nacido cuatro o cinco siglos antes… ‘Tal vez en aquella época fuera divertida la existencia en Vetusta; habría entonces conventos poblados de nobles y hermosas damas, amantes atrevidos, serenatas de trovadores en las callejas y postigos; aquellas tristes, sucias y estrechas plazas y calles tendrían, como ahora, aspecto feo, pero las llenaría la poesía del tiempo, y las fachadas ennegrecidas por la humedad, las rejas de hierro colado, los soportales sombríos, las tinieblas de las rinconadas en las noches sin luna, el fanatismo de los habitantes…

Otra novela, Su único hijo, contiene un tono claramente idealista y es más compleja e intelectual que la mencionada más arriba aunque también inferior y menos afectiva.





Lecturas y actividades



Lee el siguiente fragmento del Episodio Nacional Zaragoza, de Galdós, y contesta las preguntas de abajo:

"Han pasado diez días y Zaragoza no se ha rendido, porque todavía algunos locos se obstinan en guardar para España aquel montón de polvo y ceniza. Siguen reventando los edificios, y Francia, después de sentar un pie, gasta ejércitos y quintales de pólvora para conquistar terreno en que poner el otro. España no se retira mientras tenga una baldosa en que apoyar la inmensa máquina de su bravura.
"Yo estoy exánime y no me puedo mover. Esos hombres que veo pasar por delante de mí, no parecen hombres. Están flacos, macilentos, y sus rostros serían amarillos si no los ennegrecieran el polvo y el humo. Brillan bajo la negra ceja los ojos que ya no saben mirar sino matando. Se cubren de inmundos harapos, y un pañizuelo ciñe su cabeza como un cordel. (...) De trecho en trecho se ven, entre columnas de humo, moribundos, en cuyo oído murmura un fraile conceptos religiosos. Ni el moribundo entiende, ni el fraile sabe lo que dice. La religión misma anda desatinada y medio loca. Generales, soldados, paisanos, frailes, mujeres, todos están confundidos. (...).
Estoy tendido en un portal de la calle de la Albardería, y tiemblo de frío; mi mano izquierda está envuelta en un lienzo lleno de sangre y fango, la calentura me abrasa, y anhelo tener fuerzas para acudir al fuego. No son cadáveres todos los que hay a mi lado. Alargo la mano y toco la mano de un amigo que vive aún.
--¿Qué ocurre, señor “Sursum Corda”?
--Los franceses parecen que están del lado de acá del Coso—me contesta con voz desfallecida--. Han volado media ciudad. Puede ser que sea preciso rendirse. El capitán general ha caído enfermo de la epidemia, y está en la calle de Predicadores. Creen que se morirá. Entrarán los franceses. Me alegro de morirme para no verlos. ¿Qué tal se encuentra usted, señor Araceli?
--Muy mal. Veré si puedo levantarme.
--Yo estoy vivo todavía, a lo que parece. No lo creí. El Señor sea conmigo. Me iré derecho al cielo. Señor Araceli, ¿se ha muerto usted ya?
Me levanto y doy algunos pasos. Apoyándome en las paredes, avanzo un poco y llego junto a las Escuelas Pías. Algunos militares de alta graduación acompañan hasta la puerta a un clérigo pequeño y delgado, que les despide diciendo: “Con nuestro deber hemos cumplido, y la fuerza humana no alcanza a más.” Era el Padre Basilio.
Un brazo amigo me sostiene, y reconozco a D. Roque.
--Amigo Gabriel—me dice con aflicción--, la ciudad se rinde hoy mismo.
--¿Qué ciudad?
--Ésta".

a) Consulta en Internet o en un libro de Historia de España la guerra de Independencia y averigua qué ocurrió en la ciudad de Zaragoza durante ella.
b) Resume el contenido del fragmento.
c) ¿Quién cuenta los hechos? ¿Qué persona y punto de vista emplea el narrador? Averigua si es el mismo del resto de los Episodios Nacionales.
d) ¿En cuántas partes puede dividirse el texto? Anota la idea principal de cada una de ellas.
e) ¿De qué modo pinta el narrador las actitudes de España y Francia en la guerra?
f) ¿Cómo describe el narrador a los hombres que luchan? ¿Cuál es la nota común de todos ellos?
g) ¿Qué opinión le merecen al narrador la religión y la guerra? ¿Hay algún pasaje en el que se opine de modo diferente respecto de la primera?




TEXTO COMENTADO




Fragmento de La Regenta, de "Clarín"

"Ana, aquella tarde, aborrecía más que otros días a los vetustenses; aquellas costumbres tradicionales, respetadas sin conciencia de lo que se hacía, sin fe ni entusiasmo, repetidas con mecánica igualdad como el rítmico volver de las frases o los gestos de un loco; aquella tristeza ambiente que no tenía grandeza, que no se refería a la suerte incierta de los muertos, sino al aburrimiento seguro de los vivos, se le ponía a la Regenta sobre el corazón, y hasta creía sentir la atmósfera cargada de hastío, de un hastío sin remedio, eterno. Si ella contara lo que sentía a cualquier vetustense, la llamaría romántica; a su marido no había que mentarle semejantes penas; enseguida se alborotaba y hablaba de régimen, y de programa y de cambiar de vida. Todo menos apiadarse de los nervios o lo que fuera... ¡Y las campanas, toca que tocarás! Ya pensaba que las tenía dentro del cerebro; que no eran golpes de metal, sino aldabonazos de la neuralgia que quería enseñorearse de aquella mala cabeza, olla de grillos mal avenidos."

SITUACIÓN
Dentro de los escritores realistas (segunda mitad del siglo XIX) ocupa Clarín un puesto primordial con sólo dos novelas, Su único hijo y La Regenta, a la que pertenece este fragmento, donde Ana Ozores, la protagonista, asomada al balcón de su casa, ve cómo el vecindario de la Encimada se dirige al cementerio para honrar a sus muertos. Viéndolos pasar, gritando y gesticulando alegres, aborrece más que nunca a sus paisanos.

CONTENIDO
Ana aborrece a los vetustenses (de Vestusta, Oviedo) porque más que nunca observa en sus costumbres y tradiciones una falta total de conciencia y fe. Tampoco quiere decirle a nadie lo que siente para no ser tildada de romántica y a su marido menos, porque achacaría sus pensamientos a su peculiar melancolía. Hasta aquí la primera parte del contenido. Y el hecho de que las campanas acentuaban su irremediable neuralgia dentro de su cabeza constituye la segunda parte.

ANÁLISIS
El narrador omnisciente cuenta en tercera persona los sentimientos de la protagonista en pretérito intemporal (aborrecía, se hacía, se le ponía, creía sentir...). Luego el estilo indirecto se incluye en la narración para reproducir sus palabras (si ella contara lo que sentía...) así como el indirecto libre (a su marido no había que mentarle... todo menos apiadarse de los nervios...). Otros recursos técnicos: anáforas (aquellas costumbres..., aquella tristeza...; sin conciencia..., sin fe), repeticiones (...de hastío, de un hastío sin remedio), comparaciones (como el rítmico volver...), antítesis (...suerte incierta de los muertos...aburrimiento seguro de los vivos...), metáforas (olla de grillos mal avenidos, es decir, la cabeza de Ana), aliteraciones (...las campanas, toca que tocarás...), oraciones contradictorias (...no se refería..., sino al aburrimiento...; no eran golpes de metal, sino aldabonazos...).

CONCLUSIÓN
En resumen, ese aburrimiento y hastío que siente la protagonista y el aborrecimiento que muestra hacia sus paisanos están expresados con el lenguaje más adecuado, con términos, antítesis, repeticiones y oraciones largas y morosas, en consonancia con el ambiente contradictorio observado por una mujer de ánimo melancólico y neurasténico.

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