jueves, 27 de enero de 2011

TEATRO ADAPTADO

Hoy le toca el turno de mis adaptaciones teatrales al gran Lope de Rueda (Sevilla, 1510 - Córdoba, 1565). Actor y dramaturgo, fue el precursor del teatro del Siglo de Oro español. Escribió comedias (Los engañados, Armelina, Eufemia, etcétera) y pasos (La carátula, Los lacayos ladrones, La tierra de Jauja, Las aceitunas, etcétera.) Estos últimos son los que le dieron gran fama, y entre los más famosos y representados se encuentra el que he adaptado para el blog:
LAS ACEITUNAS


PERSONAJES
(por orden de aparición):

TORUBIO: campesino padre de familia.
MENCIGÜELA: hija del anterior.
ÁGUEDA: su mujer.
ALOJA: un vecino, campesino también, pero algo más despierto que Torubio.

La acción transcurre en la casa de una familia de campesinos de una aldea castellana. Es por la mañana y acaba de caer una buena tormenta.
En la escena se verá una cocina con chimenea de tierra al fondo, una despensa a su lado, una mesa grande con cuatro sillas a la derecha y una puerta a la izquierda que da al interior de la vivienda.

TORUBIO (Entra en casa empapado y portando un haz de leña al hombro) ¡Menuda tempestad acabo de sufrir desde el monte a la casa! Parecía que todo el cielo quería hundirse y las nubes venirse abajo. (Deja el haz de leña en el suelo.) A ver qué me tiene preparado de desayuno mi esposa. Porque nunca se sabe. ¡Águeda!, ¡Águeda! Nada, aquí parecen dormir todos. ¡Mencigüela!, ¡Mencigüela! ¿Me oís?
MENCIGÜELA (Aparece por la puerta del interior.) ¡Jesús bendito, padre! Ni que quisieras tirar la casa abajo con tus voces.
TORUBIO ¡Mira qué pico tiene la moza! Si al menos trajera bondades. ¿Dónde está tu madre?
MENCIGÜELA Se ha ido a casa de la tía Remedios a ayudarle a coser unas almohadas.
TORUBIO ¡Malas almohadas vengan por ella y por ti! Anda, ve a llamarla.
Sale MENCIGÜELA.
TORUBIO (Pone el haz de leña junto al fuego del hogar. Arrima una silla y sobre el respaldo coloca su zamarra para que se seque.) Sin comerlo ni beberlo me he puesto como una sopa. Ahora sólo falta que coja una pulmonía.


Entran ÁGUEDA y MENCIGÜELA
ÁGUEDA (Enfadada) A ver qué quiere el hombre de los misterios. (Repara en el haz de leña.) Apenas trae una carguilla de leña y cree que es el amo del mundo.
TORUBIO Una carguilla le parece a la señora. ¿Carguilla? Juro al cielo que éramos dos, tu ahijado Lucas y yo, a cargarla y no podíamos. ¡Carguilla dice!
ÁGUEDA. Vale, vale. (Repara en el estado en que está TORUBIO.) Pero qué mojado que vienes.
TORUBIO. Ya ves, como una sopa de agua vengo. Pero ahora lo que quiero es comer porque vengo, además de mojado, hambriento. Así que, mujer, ponme algo con que sacie el estómago.
ÁGUEDA (De nuevo con gesto de enfado.) ¿Qué diablos quieres que te dé si no tengo cosa alguna?
MENCIGÜELA (Toca la leña.) ¡Jesús bendito, padre! ¡Qué mojada está también la leña!
TORUBIO Y tu madre dirá que es el rocío de la mañana.
ÁGUEDA (A MENCIGÜELA.) Anda, muchacha, prepara a tu padre un poco de queso, chorizo y pan para que desayune. (Mientras MENCIGÜELA se pone a preparar lo que le ha mandado su madre, ésta se dirige a TORUBIO.) Y tú, marido, cámbiate de ropa, no sea que caigas enfermo. Otra cosa: supongo que habrás plantado el renuevo de olivo que te pedí que plantaras. ¿O se te ha olvidado?
TORUBIO ¿En qué crees que me he entretenido tanto? Claro que lo he plantado.
ÁGUEDA. ¿Y dónde lo plantaste?
TORUBIO A unos pasos de la higuera, donde te di un beso. No sé si te acuerdas ya de aquello.
ÁGUEDA (Poniéndose mimosa.) Claro que me acuerdo, bobo. Allí nació la felicidad que aún nos acompaña.
MENCIGÜELA (Poniendo sobre la mesa el plato con el desayuno de su padre.) Padre, ya puedes ponerte a desayunar. Aquí lo tienes todo preparado.
ÁGUEDA (A TORUBIO.) ¿A qué no sabes en qué estoy pensando?
TORUBIO Miedo me da saberlo. ¿En qué?
ÁGUEDA Estaba pensando que el renuevo de olivo que has plantado hoy, de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas. Y que poniendo plantas aquí y otras allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendremos un olivar hecho y derecho.
TORUBIO ¡Cuánta razón tienes, mujer mía! Parece que ya estoy viéndolo. ¡Qué bendición, Señor!
ÁGUEDA Sí, marido, una bendición. ¿Y sabes qué te digo? Que yo cogeré la aceituna, tú la transportarás con el burro y Mencigüela la venderá en la plaza. (Pausa. A MENCIGÜELA). Y mira, muchacha, lo que te mando. Que no vendas el celemín de aceitunas a menos de dos reales castellanos.
TORUBIO (Echándose las manos a la cabeza) ¡Cómo que a dos reales castellanos! ¿No has pensado en los dineros que nos costará conseguir el permiso para vender las aceitunas en el mercado? No podemos pedir menos de catorce o quince dineros por cada celemín de aceitunas.
ÁGUEDA (También enfadada.) Pero ¿es que no has pensado en la competencia de los otros campesinos, en especial del Cordobés, que es el que más olivares tiene en el término?
TORUBIO Me da lo mismo que tenga que competir con el Cordobés. Está decidido. Pediremos por las aceitunas lo que he dicho.
ÁGUEDA Torubio, no me calientes más la cabeza. (A MENCIGÜELA.) Y tú, muchacha, escucha bien lo que te mando. Que no des el celemín de aceitunas a menos de dos reales castellanos.
TORUBIO ¡Cómo a dos reales castellanos! (A MENCIGÜELA.) Ven acá, muchacha. Responde: ¿a cuánto has de pedir el celemín de aceitunas?
MENCIGÜELA ¿A cuánto quieres tú, padre?
TORUBIO A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA Así lo haré, padre.
ÁGUEDA ¿Cómo que “así lo haré, padre”? Ven acá, muchacha. ¿A cuánto has de pedir el celemín de aceitunas?
MENCIGÜELA A cuanto quieras tú, madre.
ÁGUEDA A dos reales castellanos.
TORUBIO ¿Cómo a dos reales castellanos? (A MENCIGÜELA.) Escucha bien, muchacha. Te prometo que si no haces lo que te mando, te daré doscientos correazos. A ver, responde: ¿a cuánto venderás el celemín de aceitunas?
MENCIGÜELA A cuanto tú digas, padre.
TORUBIO A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA Así lo haré, padre.
ÁGUEDA ¿Cómo que “así lo haré, padre”? (Empieza a pegarle collejas.) Toma, toma, para que hagas lo que yo te mando.
TORUBIO. Deja a la muchacha.
MENCIGÜELA (Gritando.) ¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata! ¡Socorro!

Entre a los gritos ALOJA.
ALOJA (En ademán de poner calma.) ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis a vuestra hija de este modo?
ÁGUEDA ¡Ay, señor! Este marido mío y mal hombre que quiere echar a perder mi casa vendiendo las cosas de mala manera: ¡unas aceitunas que son como madroños!
TORUBIO Juro por los huesos de mi linaje que son más grandes que nueces.
ÁGUEDA Como madroños.
TORUBIO Como nueces.
ÁGUEDA Madroños.
TORUBIO Nueces.
ALOJA Por favor, vecinos. Basta de discutir. El tamaño es lo de menos. Enséñenme esas aceitunas que yo se las compraré todas aunque sean veinte fanegas.
TORUBIO Que no, señor. Que no es como usted piensa. Que las aceitunas no están aquí en casa, sino en el monte.
ALOJA Eso no es problema. Tráigalas aquí ahora mismo que se las compraré al precio que considere más razonable.
MENCIGÜELA A dos reales castellanos quiere mi madre vender el celemín de aceitunas.
ALOJA No está mal el precio.
MENCIGÜELA A catorce o quince dineros quiere venderlas mi padre.
ALOJA Todo se puede arreglar. Lo único que necesito es ver una muestra de ellas.
TORUBIO Válgame Dios, señor vecino, que usted no quiere entenderme. Verá. Hoy he plantado un renuevo de olivo, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que ella las cogerá, yo la transportaré en el burro y la muchacha la venderá en la plaza y que a la fuerza se venderá el celemín de aceitunas a dos reales castellanos; yo que a catorce o quince dineros y ella que a dos reales castellanos, y sobre esto ha sido la cuestión.
ALOJA ¡Graciosa cuestión, sí señor! ¡Nunca se ha visto cosa igual. Las aceitunas apenas están plantadas y ya esta pobre muchacha se ha llevado lo suyo a cargo de ellas.
MENCIGÜELA (Llorando.) ¿Qué le parece, señor?
TORUBIO No llores más. (A ALOJA.) La muchacha, señor, es como el oro. Vea cómo ya ha puesto la mesa para que su padre desayune. (A MENCIGÜELA.) No te preocupes, que con la venta de las primeras aceitunas te compraré un sayuelo.
ALOJA Eso está mejor. Ahora hagan ustedes las paces.
TORUBIO y ÁGUEDA se besan y abrazan.
TORUBIO (A ALOJA) Adiós, señor vecino, y gracias por todo.
ALOJA (Va hacia la embocadura del escenario. Al público.) Vean qué cosas suceden en esta vida que ponen espanto. Las aceitunas no están plantadas y ya las hemos visto reñidas. Menos mal que todo se ha arreglado. Por eso doy fin a mi embajada.

FIN

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