jueves, 6 de enero de 2011

MEMORIAS DE UN JUBILADO

La noche más mágica



Mucho les debo a mis padres, y una de las deudas más entrañables es la de haber hecho que viviera con toda la ilusión del mundo la noche del 5 de enero, la que acaba de pasar y que muchos niños habrán vivido sin duda alguna. Recuerdo que de niño, reunidos todos alrededor de la camilla de la cocina, tal noche como esa, mi padre se fabricaba un ruido especial y esperado, que normalmente producía golpeando el pie bajo las faldas de la camilla contra las patas de la mesa, y acto seguido con voz misteriosa nos decía a los más pequeños: "¿Habéis oído? Eso es que los Reyes han cerrado el balcón antes de irse. Ya deben de haber dejado vuestros juguetes." Y dicho y hecho, salíamos como balas en dirección a la sala del centro donde se suponían que los Magos habían depositado sus regalos.


Todos los años la misma magia. Los zapatos, la comida y bebida para los camellos, el ruido de la mesa, la frase del padre... Lo menos eran los juguetes. La pelota Gaviota, las botas Gorila, el caballo de cartón, el camión de madera... La ilusión de la noche, la espera, la sorpresa..., eso era lo grande, lo que con el tiempo iba impregnando las paredes del alma como herencia sublime de los padres, y que nosotros, ya maduros, adultos y padres también dejaríamos a nuestros hijos. Aunque con otros trucos y magias caseras, igualmente válidos y entrañables, como esperar a que los niños estuvieran dormidos para dejar con sigilo de gatos a los pies de sus camas, y junto a los mágicos zapatos de rigor, los juguetes solicitados.


El tiempo ha transcurrido. Nuestros hijos son ya padres y, gracias a la ilusión aprendida, que es la magia más insobornable, continúan aplicando la tradición familiar en su propia descendencia. Si bien introduciendo concesiones a otras culturas navideñas universales, como la del Papá Noel, el árbol de Navidad o el Tió.
Pero lo importante es, como siempre, respetar lo mejor de la tradición familiar, y esta noche mágica que acaban de vivir todos los niños del mundo nunca cambiará, aunque cambie la calidad y muchas veces sofisticación de sus juguetes.

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